Carta-reseña sobre 'Renacimiento de la política'
Por Enrique Del Percio
Estimada Mónica:
Nuestro amigo Mariano me solicitó que hiciera la reseña de su libro, y ahora que lo terminé creo que más que haberlo leído he dialogado con usted, por lo que si me lo permite quisiera continuar el diálogo a través de esta “carta abierta”, en todos los sentidos que hoy tienen para nosotros estas dos palabras. Es estimulante ver que aún se hace y se publica filosofía en serio, en tiempos en que algunos creen que el objeto de estudio de la filosofía es la filosofía y escriben papers tan aburridos como intrascendentes (eso sí: publicados en revistas con referato), mientras otros suponen que se puede hacer filosofía con el mismo rigor analítico que emplea mi tía Eduviges para pontificar –con más certeza que un taxista, pero sin tomarse el trabajo de leer ni los diarios– acerca de todos los problemas que aquejan a la humanidad.
Reseña del libro Renacimiento de la política
Por Enrique Del Percio
Estimada Mónica:
Nuestro amigo Mariano me solicitó que hiciera la reseña de su libro, y ahora que lo terminé creo que más que haberlo leído he dialogado con usted, por lo que si me lo permite quisiera continuar el diálogo a través de esta “carta abierta”, en todos los sentidos que hoy tienen para nosotros estas dos palabras. Es estimulante ver que aún se hace y se publica filosofía en serio, en tiempos en que algunos creen que el objeto de estudio de la filosofía es la filosofía y escriben papers tan aburridos como intrascendentes (eso sí: publicados en revistas con referato), mientras otros suponen que se puede hacer filosofía con el mismo rigor analítico que emplea mi tía Eduviges para pontificar –con más certeza que un taxista, pero sin tomarse el trabajo de leer ni los diarios– acerca de todos los problemas que aquejan a la humanidad.
En primer lugar, debo agradecerle el trabajo que se tomó para obsequiarnos una lectura grata, cumpliendo con el mandato orteguiano: la buena escritura es la mínima gentileza que el autor le debe al lector. Aun el no iniciado en las complejidades del pensamiento filosófico, si supera la inhibición que le causa leer nombres como Kant, Habermas o Sloterdijk, puede sacar jugosos frutos de un diálogo personal con usted.
En cuanto al fondo de la cuestión, adhiero al uso que hace de las categorías e ideas de Laclau y de Mouffe, con la ventaja de no tener que pagar la pesada hipoteca que el estructuralismo y el postestructuralismo les ha generado inhibiéndolos (no del todo, pero sí parcialmente) de pensar con historia. Entiendo la reacción que esa corriente emprendió contra el historicismo, así como contra los esencialismos, pero me parece que el pueblo –más allá de las tremendas y a veces insolubles dificultades que plantea una cabal comprensión de lo que esa palabra pueda significar– es más que una construcción discursiva, y usted advierte eso con toda claridad. Está muy bien que no pierda el tiempo en críticas menores, sino que se apropie de sus categorías analíticas tan útiles para pensar el renacimiento de la política que se da en nuestra América y del que algo puede aprender la vieja Europa.
Son excelentes los capítulos que dedica a leer a Kant a través de Hannah Arendt y su crítica a Negri y a Źizek. ¡Qué bueno el título del referido a éstos: “Por qué no comprar nuevos espejitos de colores”! Por mi parte, al leerlo hice entrar en el diálogo a Mario Casalla con lo que él ha denominado el “universal situado”. Me parece que si usted también lo hubiese incorporado le habría dado aún más riqueza al texto. También me habría encantado una discusión suya con Silvio Maresca, que tiene bastante producido sobre estos temas. Pero claro, en ese caso el libro se habría extendido tanto que debería haberse acabado allí y nos hubiésemos quedado sin su comentario sobre la polémica entre Martínez Estrada y Jauretche, o sin esos diálogos deliciosos (¿será ese el adjetivo correcto? Creo que sí, pero no sólo es eso) con Juan Francisco Albín sobre “Mito, tragedia e identidad en el Martín Fierro” y sobre “La madre de todas las zonceras”. Me dio algo de envidia su entusiasmo kirchnerista, expuesto en el punto de este último diálogo, titulado “La vuelta del malón”. Quiero creer que las cosas son como usted las expone, pero de a ratos me asalta aquello de si yo tuviera el corazón / el mismo que perdí / me abrazaría a tu ilusión... Igual, como en definitiva la política es una apuesta, prefiero apostar y junto a usted “traer a presencia la mirada de Kusch, vivir al filo, moverse por siempre en la encrucijada entre civilización y barbarie, entender a ésta como una pulsión a la vez constructora y destructora y gozar de esa sensación de temor y placer, de rechazo y fascinación que nos provoca la vuelta del malón, del pueblo desbordado y desbordante”.
También nos hubiésemos quedado sin la recurrencia a Arendt, ahora para abordar la cuestión de “La guerra de aniquilación y la monstruosidad de lo banal”, ni el estudio sobre el mal del penúltimo capítulo. Me llamó la atención su lectura del taoísmo, tema que hace tiempo quiero estudiar con seriedad. Me permite entender mejor por qué soy peronista o, al menos, por qué soy solidario a pesar de no ser una buena persona: “no soy solidario porque quiero serlo, porque quiero ayudar al otro, esto sería uno de los tantos modos de enseñoreo del sujeto sobre los entes, y también una de las variantes ocultas de la dominación fundada en un sentimiento de superioridad frente al Otro. Soy solidario porque no distingo su ser del mío”. Como verá, esta carta no es más que un punteo de los temas sobre los que seguiré conversando con usted en este diálogo asimétrico.
Dejo para el final una observación sobre la cita de Hoerderlin que usted hace al inicio. Quizá esté demasiado influido por la fecha en que escribo esta misiva, tan apropiada para hablar de renacimientos. Usted cita allí el tercer y cuarto versos de ese poema conmocionante que es Patmos: “Donde crece el peligro / crece también la salvación”. Creo que ganaría fuerza si lo hubiese citado desde el inicio: “El Dios está cercano / y es difícil captarlo. / Pero donde crece el peligro / crece también la salvación”.
Un abrazo peronista,
Enrique Del Percio