El juego y el territorio
Y la casa de la infancia también era una casa grande no por ser mansión sino por lo de larga y estrecha que se la llamaba chorizo y era igualita a todas las otras chorizos, incluida ahora la actualísima de Su, en Parque Patricios, igual por fuera con su balcón, igual por dentro con sus siete habitaciones en hilera, su vestíbulo con vitraux, sus dos patios separados o unidos por un estrechamiento. Algunos usos eran semejantes que no todos porque Su había modificado algunos detalles de la distribución para adaptarla a los usos más modernos. Era el caso de tantas otras hoy aggiornadas por arquitectos de moda especialistas en reciclar, reestructurar, modernizar, con espacios vidriados y mucha vegetación.
Y la casa de la infancia también era una casa grande no por ser mansión sino por lo de larga y estrecha que se la llamaba chorizo y era igualita a todas las otras chorizos, incluida ahora la actualísima de Su, en Parque Patricios, igual por fuera con su balcón, igual por dentro con sus siete habitaciones en hilera, su vestíbulo con vitraux, sus dos patios separados o unidos por un estrechamiento. Algunos usos eran semejantes que no todos porque Su había modificado algunos detalles de la distribución para adaptarla a los usos más modernos. Era el caso de tantas otras hoy aggiornadas por arquitectos de moda especialistas en reciclar, reestructurar, modernizar, con espacios vidriados y mucha vegetación. No tal cual el caso de Su cuya casa había quedado casi igual a la chorizo original por lo que era posible avivar los recuerdos, disponer los habitantes en sus habitaciones con sus hábitos y costumbres, con sus juegos algunos de ellos lindando con la categoría de manías. La reciente visita a la casa de Su había funcionado como otra llave de memoria, Ari vio en ausencia el gran sillón del escritorio donde Mike escondía el Patoruzito o el Billiken para leerlo primero, tirado a la hora de la siesta en el mismo mullido lugar del escondite que por reiterativo ya no era escondite sino lugar donde todas las manos iban en procura de la primicia disputándosela a manotazos y codazos, el tema no era leerla ya, sino leerla primero a lo cual se agregaba como goce la postergación del deseo. La cocina y las baldosas del patio funcionaron como otros tantos disparadores, que no le evocaron el sabor de la madalena en la cucharita del té, sino una merienda un tanto más plebeya, café con leche con pan y manteca, consumidos en el patio, entre juegos compartidos que poco a poco se iban transformando, cuando solitarios, en casi manías, gobernados por oscuros códigos de prohibiciones, estas baldosas sí aquellas no; era necesario ir sorteando obstáculos cada vez más complicados con que la mente de los niños iban preanunciando las dificultades de la futura vida. Del juego como un camino hacia la civilidad hablan hoy sociólogos y otras afinidades; hay que aprender a reglamentarse, a prohibirse, a perder también, primera forma de ensayo en ese combate que es la vida. La palabra "juego", por siempre asociada a la magia, al placer, a la diversión, se va había tiñendo con el color de la norma, de la regla, casi se hace antipática como todo aquello que se cubre con la patina de la ley. Pero ¿no había sido siempre así? el juego y las reglas, todo el empeño puesto en su invención. Si alguien demandara una definición de juego, ahora que evocaba aquellos juegos de infancia que ellos mismos inventaban, no sólo los del patio sino aquellos que se desplegaban en la inmensa terraza que cubría todo lo largo de la casa, división de territorios, levantamiento de barricadas -todo pedazo de madera en desuso, todo ladrillo abandonado servía a los fines de la delimitación- y luego los punitorios por la usurpación de territorios. Ahora, considerado el punto desde esa perspectiva, tendría que acordar con aquellos cientistas sociales que asocian el juego con la regla y con la ley, con un temprano y oportuno ensayo para la civilidad, el juego como educador, como formador de temperamentos. Pero Ari se resistía, tiene que haber otra manera de entenderlo, acaso impulso de juego como camino hacia la creación, como acto que se despliega en el ámbito de la libertad, como lugar de encuentro inestable entre el impulso material que nos liga con el mundo y nos permite ser otros, e impulso formal que nos devuelve a nosotros mismos, lugar de la intransigencia y de las utopías. Su memoria trae ecos románticos: "El hombre sólo es hombre cuando juega", juguemos pues en el bosque mientras el lobo no está, juguemos mientras todavía no se ha desgajado la infancia, mientras alguna hilacha quede precariamente pegada a la corola del sueño. Pero ¿será posible no obstante declarar la inocencia del juego?