Historia del enigma

Fragmento de  Los griegos en escena

    Los griegos gustaban de los enigmas, por eso crean dioses que gustan de los enigmas. Abunda la literatura donde se dice que los dioses son veraces y engañosos, donde se dice que Apolo que es el dios que se comunica a través de la sacerdotisa, el dios del oráculo, es un dios que hiere de lejos. Se cuenta en la Ilíada que Apolo lanza sus flechas causando enfermedad y muerte en el campo de los aqueos, también lanza enigmas que son como flechas que siembran muerte. Apolo es el dios solar, dios de la luz, pero también está asociado a la oscuridad, al misterio y a la sabiduría. Dice Heráclito: "El señor a quien pertenece el oráculo que está en Delfos no afirma ni oculta, sino que indica".  Apolo dios de la adivinación, dios que conoce el porvenir, lanza enigmas que son desafíos, quiere y no quiere que los hombres comprendan.

 

    Los griegos gustaban de los enigmas, por eso crean dioses que gustan de los enigmas. Abunda la literatura donde se dice que los dioses son veraces y engañosos, donde se dice que Apolo que es el dios que se comunica a través de la sacerdotisa, el dios del oráculo, es un dios que hiere de lejos. Se cuenta en la Ilíada que Apolo lanza sus flechas causando enfermedad y muerte en el campo de los aqueos, también lanza enigmas que son como flechas que siembran muerte. Apolo es el dios solar, dios de la luz, pero también está asociado a la oscuridad, al misterio y a la sabiduría. Dice Heráclito: "El señor a quien pertenece el oráculo que está en Delfos no afirma ni oculta, sino que indica".  Apolo dios de la adivinación, dios que conoce el porvenir, lanza enigmas que son desafíos, quiere y no quiere que los hombres comprendan.

     El hombre, en la figura del sabio sabe que el fundamento último del mundo es algo oculto, inefable; que detrás de las cosas corpóreas, esas meras apariencias, hay un fondo siempre oscuro que no se nos revela a los mortales, sabe en fin que la naturaleza divina es insondable. Este sentimiento lo encontramos en el pensamiento órfico-pitagórico, lo encontramos en Heráclito en el tema de la unidad de los contrarios. El mundo no es más que un entramado de enigmas.  La multiplicidad, la variedad de lo corpóreo no es más que apariencia y en todo caso un enigma. Toda oposición, todo par de contrarios es ilusión, un enigma cuya solución es la unidad del dios. Dice Heráclito: "El dios es día-noche, invierno-verano, guerra-paz, saciedad-hambre.

     Al nudo del enigma se ha querido acceder a través de los ritos de iniciación que culminan en la visión mística, son los misterios de Eleusis donde más que conocimiento se alcanza un estado de locura divina, ebriedad o éxtasis que confiere al iniciado una suerte de revelación.

    Otra vía de acceder a este lado de sombras es aquella por la que se encaminan los sabios. Es la palabra como vía de conocimiento, la palabra de Apolo que se comunica a través del oráculo que el sabio debe interpretar.

     Hay toda una historia del enigma que evoluciona desde aquella era arcaica en que aparecía asociado a la crueldad del dios, arma mortífera de Apolo, vinculada a la adivinación, hasta épocas de secularización y humanización en que el enigma tiende a convertirse cada vez más en vehículo de una lucha humana por la sabiduría.

     Primero el enigma encerrado totalmente en la esfera religiosa es la palabra del dios a través del oráculo que el adivino debe interpretar para los reyes. En un segundo momento el dios arroja el enigma como una flecha mortal a un hombre particular quien debe resolverlo a riesgo de su vida. Es el caso de Edipo y la Esfinge; la solución del acertijo le comporta a Edipo la gloria y los honores: reinará sobre todos. En la tercera etapa ya no aparece el dios, queda apenas un fondo religioso. El enigma es objeto de competencia entre dos adivinos que en ella se juegan la vida: aparece un nuevo elemento, el agón, que de combate codificado y reglamentado entre dos familias, semejante a los juegos o carreras de atletas pasa a ser una lucha a muerte por la adivinación. Por último en el momento cumbre de la secularización, se ha diluído ya enteramente el fondo religioso, la disputa por la solución del enigma entra en el terreno exclusivo del agonismo, combate de argumentos, confrontación de dos razones, son hombres seculares que luchan por el título de sabio.

   De este agonismo deriva la dialéctica, fenómeno culminante y uno de los más originales de la cultura griega. Estamos en el siglo VI cuando agonismo y dialéctica coinciden en su significado; es el arte de la discusión tal como Aristóteles ordenando el material empírico lo dosifica, lo codifica y presenta sus distintas variantes  en los Tópicos a fin de construir un tratado sistemático de la dialéctica.

    La dialéctica surge del modelo del agonismo. Un hombre, el interrogador, desafía a otro con una pregunta de respuestas contradictorias, el interrogado debe elegir una de las proposiciones, la que deberá defender a través de la argumentación; el interrogado elige  la proposición  del mismo modo que un duelista elige el arma de combate. Comienza el agón: el interrogado debe defender su tesis, el interrogador debe refutarla demostrando su falsedad. La victoria supone pues la demostración, la cual se va desarrollando a través de preguntas sucesivas de creciente complejidad. No se requiere de jueces que la consagren, la victoria llega sola como consecuencia de la refutación.  No es entonces la verdad o falsedad de las proposiciones lo que importa en estos desarrollos sino la destreza y habilidad del interrogador que en la mayoría de los casos destacaba por la agilidad dialéctica en el arte de la discusión.

    Pero volvamos a nuestro tema, el enigma, la historia del enigma nos lleva a los orígenes de la dialéctica cuna de la razón, cuna de toda lógica discursiva. El vínculo se halla ya en los mismos términos. La palabra “problema”, en griego probablein, que significa obstáculo, o bien algo que se proyecta hacia adelante o, como dice Aristóteles, formulación de la pregunta dialéctica, formulación de una investigación, es también la palabra para designar el enigma. Platón la utiliza alternativamente en el sentido de arrojar hacia adelante un enigma o proponer una pregunta dialéctica. Esta solidaridad de los términos es una prueba más del estrecho lazo que vincula misticismo y dialéctica, el oscuro fondo religioso del enigma con las prácticas que darán nacimiento a la filosofía.

      Resta andar el último eslabón de la historia: la aparición de la retórica. Ella marca el grado más alto de la secularización, publicidad y autonomía de la palabra. Aquí es necesario traer a escena a otros personajes: los sofistas. La sabiduría que hasta entonces tenía una función alusiva y marcaba una distancia metafísica con ese fondo oscuro, inefable, pierde ese último resabio de carácter sagrado y adquiere autonomía propia. Es el declinar de la era de los sabios, es el declinar de aquellas discusiones dialécticas que estos sostenían todavía de carácter privado. Ahora la palabra se hace pública, en el escenario del agora se dirige a todos por igual, gente que ya no discute sino que escucha. Ya no se trata de un duelo sino de la exposición sucesiva de oradores que no compiten contra un adversario sino compiten entre sí por ganar al público de escuchas. Su objetivo no es el conocimiento, no se elevarán por tanto a las alturas de las categorías más abstractas con que se regodeaban los sabios que se ejercitaban en la dialéctica; su objetivo es el poder para lo cual harán recurso a la persuasión y se dirigirán al individuo, a sus intereses políticos, a sus pasiones. Aquí también está inscripto el origen de la filosofía que no fue nunca  solamente contemplación  desinteresada de  la naturaleza sino también y sobretodo saber y especulación sobre la sociedad, las relaciones entre los hombres, la vida pública tanto como la privada, y cuestiones sobretodo  de gobierno y de poder.