Las rondas de Clitemnestra
Clitemnestra: Señores jueces con sus bravas togas y pelucas, escuchen, no se confundan, abran oídos, abran cabezas, que hay mucha materia para ordenar después de siglos de traspapeleo. Dormidos los cuerpos unos sobre otros en loca ebriedad hoy comienzan a mover los párpados para mirar entre las sombras. Escuchad la música que viene de las profundidades de la tierra y recorre el aire denunciando aguas turbias y hechos ocultos, hechos que se pretende que no fueron pero están allí como ojos de lobo en acecho.
Clitemnestra: Señores jueces con sus bravas togas y pelucas, escuchen, no se confundan, abran oídos, abran cabezas, que hay mucha materia para ordenar después de siglos de traspapeleo. Dormidos los cuerpos unos sobre otros en loca ebriedad hoy comienzan a mover los párpados para mirar entre las sombras. Escuchad la música que viene de las profundidades de la tierra y recorre el aire denunciando aguas turbias y hechos ocultos, hechos que se pretende que no fueron pero están allí como ojos de lobo en acecho.
Coro de las Erinias.
De las zonas subterráneas, de la noche, de la luna envuelta en un halo de hielo llegan las notas de esta música negra, música fúnebre, de requiem pace, donde cada acorde tiembla. Nosotras las Erinias, palabra innombrable, mil veces asociada a lo malo, lo feo, lo oscuro, lo sucio que llega desde abajo, envuelto en tinieblas, nosotras nos hacemos presentes. Exigimos: no olvidar, nosotras, diosas de la noche, emprolijamos la memoria, castigamos los crímenes de sangre.
Clitemnestra - Recuerdo aquél día en que llegó la noticia, Ifigenia en su inocencia jugaba con su hermano, Orestes era un niño. Tu padre te manda llamar a Áulide donde él y los barcos esperan zarpar hacia Troya para restaurar la honra de los griegos. Te llama hija, para ofrecerte en matrimonio a Aquiles el más valiente de los guerreros, hijo de la diosa Tetis y educado por Kirón. Así hablé yo a mi amada hija Ifigenia. Ella vacilante, en su inocencia de púber, aún no pensaba en matrimonio. Yo le hice ver que era motivo de alegría y gratitud, yo, la vestí para novia, la coroné y calcé con sandalias de oro, felices viajamos hacia el lugar del encuentro. Orestes era niño aún, venía con nosotras. Todo no era más que danzas y canciones de júbilo. Ustedes jueces escuchen con doblada atención porque tantas veces se ha contado la historia, tantas veces tergiversada por estar teñida de miradas, ya moldeadas para ojos de los varones que mandan.
Coro de las Erinias– Todo no era más que alegría y música de festejos. La nave se deslizaba sobre un mar sereno y amigable en una tarde de primavera. Los niños cantaban y bailaban en cubierta: la madre sonreía.
Clitemnestra - Cuando llegamos a la costa, la niña, llena de gozo, corrió a abrazar a su padre que al fin la llamaba después de prolongada ausencia. Pero el padre no devolvió el entusiasmo y la alegría se borró de su rostro.
Coro de las Erinias – El padre la recibió sombrío, los brazos flojos, los ojos perdidos, las manos turbias, tratando de ocultar los signos. Perturbado por la presencia de la madre a quien no esperaba y a quien trató de disuadir. ¿Cómo haría frente a su mujer, su hija y el pequeño Orestes que nada sabían de su perversa decisión?
Clitemnestra - El pretendía que me regresara y fuera él el único presente en las bodas; pretendía torcer la tradición que manda a la madre mantener el fuego sagrado del hogar, yo me resistía. “Ocúpate de tus guerreros y déjame los asuntos domésticos como manda la ley de los ancestros.” No tardamos en enterarnos del engaño; con el joven Aquiles fuimos desenredando los hilos y armando el rompecabezas de la verdad.
Coro de las Erinias – La mentira se fue despojando de sus velos y quedó el nudo hueso: no habría boda sino sacrificio, lo exigía la diosa Artemisa en reparación de una vieja culpa, a cambio de los vientos favorables después de días varados en puerto. Perverso designio que mata vida a cambio de un soplo de vientos que habilite la guerra para matar más vida. Nosotras las diosas de la noche hacemos justicia por los crímenes contra la propia sangre.
Clitemnestra – Crimen horrendo del padre bajo falso pretexto de devolver dignidad a un pueblo. La dignidad de los pueblos no se alimenta de muerte. Por qué habría de pagar con la vida de una hija y emprender la guerra para reparar a un hermano herido en su honor. “No hemos venido para bodas sino para la guerra” clamaban los guerreros y más fuerte que el amor paternal fueron las exigencias de la multitud desaforada. Voces que hieren, voces que aturden; suenan como latigazos sobre las heridas abiertas.
Coro de las Erinias- De nada sirvieron las súplicas. La madre lloraba, Ifigenia lloraba, el cielo lloraba, se apagó el sol de primavera, los vientos comenzaron a soplar y se desató la tormenta. Eran los signos de que lo horrendo había sido consumado; ellas, las madres de todos los tiempos, con blancos pañuelos, en las playas desiertas envueltas en velos de arena levantados por los vientos
Clitemnestra – Cobarde Agamenón que no escuchó los ruegos y se dejó ensordecer por el griterío de las tropas. “no hemos venido por bodas sino por guerra”, era el grito de hielo y polvo seco que envenenaba la atmósfera. Me arrancó la hija y me rompió el corazón. Falso mil veces, falso. El zumbido de los vientos desnudó el engaño: la hija sacrificada… y habiendo tantos corderitos en la campiña. Fui engañada, Ifigenia, Aquiles, todos vilmente engañados por Agamenón, cobarde, arrastrado por una armada naval sin freno, herida de demencia, que pide sangre y llena el aire con sus aullidos de guerra.
Coro de lasErinias – Es la voz que vence, voz de los guerreros, que esgrimen su juego de sangre y muerte, eterna letanía de los tiempos que para hacer la paz claman por guerra.
Clitem – A poco zarparon las naves, y quedé tiesa de soledad en la playa desierta con el pequeño Orestes de la mano a quién nadie explicó pero sabía, se notaba en su llorar callado y suspirante. No hubo saludos ni despedida, Agamenón ocultaba el rostro tras los gritos vergonzantes de los guerreros que clamaban por guerra y destrucción.
Coro de las Erinias– Ella se hundió en el abismo de la desesperación clamando mil veces “maldito Agamenón”. Nosotras las diosas de la noche perseguimos los crímenes de sangre. No hay perdón por el asesinato de una hija.
Clitemnestra – Pasaron los años…, no crean ustedes, jueces y público de todos los tiempos, que sólo Ulises se demoró tanto, 10 años pasaron, en que me fui curtiendo en mi desesperación seca y polvorienta. Todos los jueves durante años me acercaba a la orilla a hacer la ronda en torno al pequeño altar levantado a Ifigenia, mi hija amada, la desaparecida: el mar, las olas, los barcos en el horizonte siempre lejanos como un espejismo en el desierto. No sé si iba en espera de él para recriminarle, para exigirle aparición con vida de la amada Ifigenia – voces decían que se había ido con los dioses y moraba entre los tauros. Diez años sin respuesta, en la playa esperaba empapada en arena y silencio con la esperanza oscilando entre el llanto y la furia sofocada. Que regresara un día, esperaba, para contarnos la verdad y celebrar el reencuentro. O acaso, iba allí todos los jueves a las tres de la tarde, para afirmarme en mi existencia; 10 años son muchos para guardar el recuerdo de mí misma, largamente abandonada, ya casi no era yo, rota la familis, truncada mi vida en una isla desierta ¿quiénes era mis padres, quién yo, quiénes mis probables nietos? todos los míos con identidades falseadas, convertidos en anómimos parias vagabundos. Me preguntaba entonces si las diosas de la noche podrían devolver el ser diluido en las arenas de esa playa de la inútil espera. Diez años son muchos para guardar el recuerdo de mí misma.
Coro de las Erinias - Nosotras las diosas de la noche castigamos los crímenes contra la sangre y damos cobijo a las madres enlutadas que en su terca espera vagan sin rumbo por las playas ardientes.
Clitemnestra – Finalmente llegó un día, tan apacible como aquél en que vestí a mi hija con las mejores galas, adornado su pelo de jazmines y azucenas, y, engañadas, zarpamos felices para la boda. Imposible olvidar aquel día fatídico, en que llega el señor de la guerra, destructor de Troya y autor de crímenes horrendos, y más me enardecí por mis recuerdos. Sola lo planeé y ejecuté sin ayuda ni complicidad. Señores jueces, no quiero cambiar una coma al relato de la verdad; así fue y así lo quise para restaurar la dignidad de mi nombre y la memoria de mi hija. Egisto se sumó por propia decisión para vengar otra causa antiquísima. De mi parte, más un instrumento para despertar celos que un colaborador en la venganza. Si alguien preguntara porque tuve necesidad de imprimir a la historia motivos de infidelidad y celos, la respuesta es que tenía que rebajarla al esquema de sus propios códigos: la dignidad y la honra otrora de Menelao, luego del propio Agamenón, por encima del amor paternal. Así lo mandaba el griterío y el vociferar de las tropas.
Coro de las Erinias - Ella no rehúye los cargos, ella se afirma en sus actos como en la roca de la verdad.
Clitemnestra – Y lo maté, con mis manos, señores jueces, lo maté, sin ayuda de nadie, y por propia decisión. Seguro él esperaba este desenlace porque se lo di a entender por murmullos expandidos acerca de mi infidelidad. Yo coloqué la alfombra roja que lo llevaría a su destino. Sabía que venía con su esclava amante para quien tuvo el atrevimiento de pedirme que la tratara con dulzura y comprensión pues había perdido toda su familia en la guerra de aniquilamiento que él mismo emprendiera.
Coro de Erinias: los reyes del poder crean hogares ficticios para acoger a las víctimas de sus miserables guerras. Sus guerras de destrucción y muerte fabrican parias, seres límines, condenados a vagar sin patria.
Clitemnestra: Yo le respondí con la ironía de la alfombra que como una red lo llevaba directamente al altar de su sacrificio. Para hacerle su andar más incierto y lleno de peligros, quise que sospechara de todo y lo aterrorizara cada movimiento a su alrededor. Avanzó sabiendo que a cada paso se multiplicaban sus riesgos, por eso temblaba y en su caminar salpicaban destellos de terror.
Coro de las Erinias – Ella lo mató, y confiesa sin intención de cambiar una coma a la declaración. Con propias manos y propia decisión, sin ayuda de nadie. Egisto sólo un instrumento para potenciar los celos y los temores y jugarle con sus propios códigos que estiman en más la dignidad y la honra, que el amor paternal.
Clitemnestra – Señores jueces, lo he confesado todo, nada oculto, no he hecho más que cumplir con mi promesa ante las diosas de la noche, las que cuidan los lazos más sagrados de la sangre. Yo lo quería todo claro y transparente como leer en el agua límpida de la verdad.
Coro de las Erinias - Ella no hizo más que cumplir con la ley de la sangre, castigar a quién se hizo verdugo de su hija para ayudar a una guerra tan injusta y dudosa como todas las guerras, manchando.
Clitemnestra – Así fue señores jueces, ancianos venerables de Argos, yo lo maté a Agamenón, mi esposo, con propias manos y justas razones por haber osado entre tantos corderitos que pastaban en aquella apacible tarde, elegir para el sacrificio a su hija, mi dulce y virginal Ifigenia que a mis vestidos se aferraba entre sollozos. Que no se lamente, pues, su muerte ni se alteren los autores ni las intenciones de este acto de justicia que quiere imprimirse en el bronce de todas las memorias.
Coro de las Erinias – Ella se afirma en sus actos como en la roca de la verdad.
Clitemnestra - Y pasaron los años y el tiempo en lugar de echar los mantos removió la tierra y trajó a presencia otras figuras. Orestes el inocente a quién yo había escuchado el llanto entrecortado de suspiros cuando las naves zarpaban y la manita arañándome de tanto dolor. Orestes tras el exilio, perdida su identidad, regresado como extranjero, incitado por el dios Apolo y persuadido por su hermana Electra que nunca supo de la verdad y siempre abrazó los valores guerreros del padre, consumó la venganza y me mató – a mí, su madre, que conocía de sus temblores de infante, su dolor en mi mano, su llanto silencioso en la piel de mis oídos.
Coro de las Erinias– Orestes ya hecho hombre consumó la venganza por orden de Apolo, único responsable, quien en su demencia renegó del rol de la madre en la gestación. Que se puede ser padre sin una madre –decía- pues ella no es más que la nodriza del germen recién sembrado. Helos ahí, dioses y varones, las olas del temor y los celos aunados para tergiversar las raíces de la vida
Clitemnestra - Y por siempre errante y menospreciada por vivos y por muertos nadie entre los dioses se apiadaba de mí.
Coro de las Erinias- Nosotras, diosas de la noche, diosas subterráneas, acusadas de feas, negras y malas que defendemos a las madres, madres locas, brujas, putas, de todos los tiempos, y perseguimos a los crímenes contra la sangre, habíamos jurado perseguir al matricida pero llegó Atenea, asociada a Apolo, que vino para establecer el tribunal que ya no se guiaría por juramentos sino por argumentaciones astutas y votos de los mejores ciudadanos que en griego se dice aristócratas varones, reunidos en asamblea.
Y ellos perdonaron a Orestes y a nosotras… para que no provocáramos desmanes, se nos cambió el funesto nombre de Erinias por el de Euménides y nos hicieron bellas y nos nombraron protectoras de la ciudad. Así se resolvió el litigio a favor de los varones y los padres por los siglos de los siglos, amén.