Los ojos de Marito
Del lado de allá.
No hay escena mejor que los lugares de trabajo para acopiar notas relativas a los tipos humanos, pero no se trata de eso; más bien de hurgar en esos lugares para trazar un bosquejo de todas las condiciones de posibilidad de entablar una amistad o, para ponerlo en tono más personal, de esbozar la historia de las propias amistades. Había una historia repetida: cada vez que ingresaba a un nuevo círculo atravesaba una etapa de aislamiento –entre observación y silencio- hasta que alguna persona la rescataba no para arrastrarla al conjunto sino para establecer una ligazón secreta, una complicidad que construía una oposición de barricada dominada por cierta intransigencia. Aquella vez fue Sonia quien se le acercó, atraída probablemente por su condición de extranjera.
Del lado de allá.
No hay escena mejor que los lugares de trabajo para acopiar notas relativas a los tipos humanos, pero no se trata de eso; más bien se trata de hurgar en esos lugares para trazar un bosquejo de todas las condiciones de posibilidad de entablar una amistad o, para ponerlo en tono más personal, de esbozar la historia de las propias amistades. Había una historia repetida: cada vez que ingresaba a un nuevo círculo atravesaba una etapa de aislamiento –entre observación y silencio- hasta que alguna persona la rescataba no para arrastrarla al conjunto sino para establecer una ligazón secreta, una complicidad que construía una oposición de barricada dominada por cierta intransigencia. Aquella vez fue Sonia quien se le acercó, atraída probablemente por su condición de extranjera, Sonia era de aquellas personas que se hallaban casi permanentemente peleadas con el mundo en torno porque no sentían que el mundo hecho de esas personas vulgares con que nos topamos todos los días podía nunca comprenderla, insuflada, henchida de un aire aristocratizante temía en realidad que los demás no fueran capaces de captar la diferencia, por eso, pensaba Ariadna, simpatizaba y se sentía atraída por lo extranjero, y lo extranjero ahí era ella, que vivía algo aturdida y todavía como en nebulosa, pues hacía poco que había llegado al Perú, ese mundillo de celos y envidias como todos pero allí fundado casi exclusivamente en cuestiones de color y procedencia y que se expresaba en la antinomia, limeños contra serranos, blancos contra pardos; aprehensión atenta de los grados de la blancura, y de la zambería. Ya antes del rescate de Sonia, Ariadna había sentido el filo de la espada que caía más cómodamente sobre ella por ser desconocedora de los códigos, acaso fuera precisamente por esto que Sonia se solidarizó y comenzó a tejer los hilos de lo que sería una larga amistad.
Sonia llevaba un caminar nervioso y una gesticulación excesiva, reflejo visible de cierta inquietud o bien en su caso de verdadera angustia que contrastaba con ese aire de frivolidad en que se traslucía una voluntad un tanto artificiosa de ser una muchacha “chévere”, alguien que al menos a los ojos de los otros sabe pasarla bien. Su amiga entrañable de la escuela media, adornada de los mismos atributos sintetizaba esta actitud frente a la vida con una frase que desde la mirada de los amigos le era consubstancial "no hacerse paltas". Era esta misma imagen que quería inventar y sostener de sí que le hizo durante meses esquivar los brazos de Marito, que enamoradísimo e invasor quería conducirla por los carriles de la seriedad. Siete años menor que ella en una edad en que estas diferencias son poco soslayables, había merecido sin embargo el apelativo de "el viejo" por ir a contramano de su ritmo alocado. Pero más se resistía a su abrazo paralizador, más iba cayendo en sus redes hasta que finalmente Marito quedó consolidado como "el viejo" y ella se fue haciendo cada vez menos chévere.
Pero antes de caer en la telaraña Sonia caminó y hasta corrió con su paso nervioso por techos y cornisas. Devoraba a Proust su autor predilecto y en los momentos de recreo que ellas mismas se tomaban cuando por fin pudieron sustraerse del conjunto y constituir equipo de trabajo independiente -en esa vorágine de la producción a presión de más y más productos para la capacitación campesina- volcaba sus propios relatos, mezcla de episodios vividos y productos de su imaginación envueltos en la atmósfera proustiana. Ari escuchaba fascinada esas historias que hallaba tanto más interesantes cuanto más Sonia arrastraba la atmósfera decimonónica a su entorno cercano. Vizcondes y marquesas se transfiguraban en los personajes cotidianos de aquella misma oficina, en tías y abuelos, vecinos y fulanos que estaban a la mira de sus aventuras. El ojo crítico y mordaz era aplicado sin piedad a todos y cada uno, empezando por ella misma, una Saint Mary’s clasic, así autocalificada como corolario de haber sido pupila de ese renombrado colegio donde ni en el recreo les era permitido hablar el español y el uso de nuestro dulce idioma era reprimido con los más abstrusos castigos. Tema recurrente era la evocación de esa vida de estudiante entre monjas y lolitas cuyas pautas y modelos de conducta se volvían tanto más antinómicas cuanto más las de aquellas se hacían extremas y rígidas: así las “madrecitas” no podían contener los ímpetus vitales de sus discípulas que vivían esa etapa de la vida como caballos desbocados en el corazón del incendio.
De esos recuerdos quedaban todavía unos tizones encendidos, ansia de vivir que no quería quedarse mecida por la costumbre, y un gusto por la aventura sabrosa y ligera que rindiera culto al lema de las Saint Mary"s de “no hacerse paltas”, “la vida es un vacilón”. Sonia estaba a la pesca, no era que se propusiera pescar un bagre o un pez espada sino que tenía la convicción de que en algún café de Miraflores, en ese vernissage a que la invitara Marina, o a la vuelta de cualquier esquina era posible hallar a esa persona interesantísima, varón o mujer que le abriera las puertas de la vida vacilón. El problema era como deshacerse de Marito que no estaba en su casa esperando que llegara sino que lo tenía allí mismo en el lugar de trabajo, que ahí se habían conocido y él, que no ella, quedado prendado. Había que considerar por tanto que ambos salían más o menos a la misma hora, -dependiendo de las urgencias que se tenía en mano- del mismísimo sitio y al modesto e ingenuo modo de ver de Marito, hacia el mismo nidito de amor que así él la sentía la casa que todavía era la casa de ella, recientemente separada y con pocas ganas de anidar de nuevo. Pero como no había ninguna promesa sellada Sonia no se empeñaba en las excusas o en las coartadas y sólo se lanzaba rogando que la casualidad, en esa Lima tan pequeña, no los volviera a reunir al menos por lo que quedaba de la jornada.
Vamos a ese vernissage, decía Sonia para arrastrar consigo a Ariadna, no en tono de pregunta sino de imperativo a medias tácito, porque en el fondo estaba convencida que el ir al encuentro del vacilón era un deber que se hacía extensivo a todas las personas de su estima. Y Ariadna la seguía no porque compartiera la misma convicción sino un poco por inercia otro poco por curiosidad, otro poco porque lo mejor que le podía ocurrir siempre dentro de la misma rutina era estar con Sonia. Y sin embargo no duraba muchos en estos eventos donde Sonia saludaba a medio mundo conocido y entablaba conversación con el otro medio por conocer mientras ella solía quedarse prisionera de un corrillo de personas donde hablaban varias a un tiempo o abrían foro por los costados, uno nunca sabía donde iba a quedar enganchado ¿y si la otra conversación era más interesante? Pero Sonia siempre estaba en otra parte. Ariadna se retiraba temprano y se consolaba pensando "mañana en uno de esos recreos que nosotras solas nos autorizamos me lo contará todo" porque era en los relatos de Sonia donde esos aburrídisimos eventos cobraban vida y se poblaban de detalles insólitos, mil y una aventuras secretas que sólo se rebelaban a sus sabios ojos, el chisme como una araña iría tejiendo la tela de invisibles e insospechados vínculos. El evento no era más que la escena visible de un mundo de intrigas y cientos de episodios que ocurrían, habían ocurrido o ocurrirían entre bastidores. A veces pensaba que tenía que prestar más atención a los atuendos, al color de los vestidos, del pelo, a los anteojos, a los peinados para que los personajes de los relatos se correspondieran con aquellos seres reales que hasta el momento no eran más que figuras físicas sin historia. Pero esto era bastante difícil porque Ari no era fuerte en el arte de mirar sino en el de escuchar.
Sin embargo aquella vez del vernissage de Marina, Sonia no se detuvo al día siguiente en el entretejido de los chismes. "No sabes con quien estuve conversando, el agregado cultural de México, una persona interesantísima". Sobre la aplicación a personas del atributo de "interesante" ya habían tenido algunos desencuentros. ¿Cómo sabes que es interesante? le había preguntado en varias ocasiones en que no había indicios para una tal apreciación, "pues porque es el secretario del cónsul de ...”. Para Sonia una cosa era sinónimo de otra, no es que la conversación le hubiese revelado una personalidad asombrosa, era más bien el cargo que ocupaba el que definía el grado de su ser “interesante”. Por eso, a pesar de su agudeza perceptiva comprobada y actualizada en su arte del narrar cuando se trataba de las historias de otros, muchas veces en las suyas propias se engañaba y terminaba murmurando improperios contra aquel idiota vestido de alto cargo que se había entreverado en su camino hacia el encuentro de las emociones fuertes y del vacilón.
La historia con Darío, la persona interesantísima fue larga y tortuosa, porque Sonia recientemente separada y con pocos deseos de reincidir sin embargo se enamoró. Probablemente porque la tal persona cumplía todos los requisitos en negativo para el tal metejón. Mucho mayor que ella, casado aunque separado, con hijos de su edad, sobretodo hijos de su edad hacia quienes dado el caso podría orientar sucesiva o simultáneamente la marcha indeclinable en busca del vacilón, y sobretodo la sombra siempre presente de Marito, como guardián, como espía, como amante eterno que espera armado de paciencia infinita. Sabes lo increíble, ¿por donde se apareció ayer por la tarde?, me fue a buscar a la peluquería, tijeretazo va tijeretazo viene de las habilidosas manos de Orlando, comienzan a configurarse unos ojos, allí en el espejo donde se refleja lo de atrás, los cristales de la puerta, de los ventanales, y lo que está atrás de los cristales, los ojos de Marito, que me buscan, que me clavan, que me sofocan, que me aman, que me panoptizan, arquitectura circular, alta torre, cubículos de cristal, todo se ve, los ojos del centinela son los antiguos ojos de Dios que todo lo veía, muerto Dios quedó el panóptico con su centinela dentro, trenes rigurosamente vigilados, vigilar no castigar, los ojos de Marito sólo miran, ni un reproche, ¿y que me iba a reprochar, que me estuviera cortando el pelo? No, no se trata de eso, no se trata de este caso en especial, Marito nunca reprochaba nada pues no había ningún contrato, no había ninguna promesa sólo el "mientras estoy con vos" de Sonia y la paciencia infinita de Marito.
Durante la historia de Darío los pasitos nerviosos de Sonia se volvieron más nerviosos. Cinco y media en punto de la tarde nos encontraba con las carteras en la mano, Sonia contaba con que Marito quien todavía conservaba la mística revolucionaria de los primeros tiempos, pues trabajábamos nosotros para la Reforma Agraria y había que entender -nos decía sugerentemente nuestro jefe, el jefe del proyecto que cobraba en dólares 20 veces lo equivalente a nuestros brillantes y luminosos soles, y sí, partía raudamente a la cinco y media de la tarde- que ese horario de salida era puramente nominal, que lo que importaba eran los productos. ¿Cuántas veces, brotados de esa mística revolucionaria, nos amanecimos a la espera del parto de ese producto absoluto, la gema preciosa? A Ariadna la mística la había abandonado aquella vez que en ocasión de la visita del comité evaluador se hizo visible que de aquella frase del propio jefe sobre la importancia de los productos, lo importante en realidad era la s, la cantidad más que la calidad, ¿y lo de la gema preciosa? Ariadna tuvo vergüenza propia y ajena, ¡qué candor infantil! Las bocas del triunvirato en jefe se llenaron de cantidades, decenas de programas de capacitación, cientos de audiciones, miles de campesinos capacitados y mientras estas gloriosas cantidades se escuchaban en las bocas de los jefes y asesores aquí en la ciudad de Lima, Ariadna evocaba aquellas estancias en la costa o en la sierra, los campesinos tan contentos de que por fin los visiten los funcionarios. Todavía escuchaba el rumor de aquella oda tan graciosa “A los funcionarios”, y nosotros éramos los funcionarios, que los jefes de la comunidad porque allí también había sus jefes, los varones reunidos en asamblea, habían inventado y entonaban a viva voz con pancartas y tambores. Ellos no sabían que nosotros no traíamos nada sólo nuestros proyectos de futuros productos y futuros actos de capacitación instantánea a través de esos futuros productos, pero fueron cordiales y no nos mandaron a pasear, se conformaron con la foto, como tantas otras veces con los espejitos de colores que ahora en tiempos modernos era la televisión, los campesinos estaban contentos de salir en pantalla con sus corderitos, en los baños, en la esquila, en los partos, bueno con eso se conformaron cuando comprobaron que no éramos los reyes magos o que nuestras alforjas estaban vacías. Pero ¿podemos decir que capacitábamos campesinos, miles de campesinos?, o bien deberíamos decir que les llevábamos el espejo para que se vieran en sus tareas, yo al menos sí me capacité, ellos me enseñaron muchas cosas, sobre ovinos, sobre quesos, qué ricos quesos que nos convidaban, y en la costa sobre frutales, los naranjales, los ciruelos, las plagas de los ciruelos, los modos del injertar, y el arroz, arroz amargo, miseria amarga, cuantas cosas aprendimos, campesino gracias, perdón campesino.
Pero volvamos a Marito, Sonia contaba que Marito, aún imbuido de mística revolucionaria, o simplemente porque era un hombre del deber, del deber porque sí y de la creencia, no se retiraría a las cinco y media en punto de la tarde, actitud que a los ojos de todos, sacrílego aunque no punible, porque estamos, pues en época de vigilancia que no de castigo. Sólo nosotras nos retirábamos a esa hora, ella por ir en pos de Darío, yo por incrédula y sacrílega o en verdad, aclaremos porque no había allí nada de rebelde sin causa, me iba porque constituíamos un breve, brevísimo grupo de dos, menos uno cero, pues los grupos son los grupos donde las matemáticas se alteran, devienen psicología social, dinámica de grupos. En suma, Sonia en su huída arrastraba la huída, el sacrilegio, la descreencia, ella era la irresponsable, yo era la hoja arrastrada por el viento. El primer punto de destino era su casa, pues era aún hora muy temprana y esa era acaso la fuerza de atracción que arrastraba la hoja, porque en las tardes ardientes de la Lima estival era la casa de Sonia, el refugio sombrío y fresco, por fuera oliendo a jazmines, por dentro al sahumerio más leve, casi imperceptible, aroma natural, consustanciado con la casa, con los habitantes, era mi premio, una jornada de trabajo bien valía esas horas de suave deleite con los aromas, de reposo de los oídos, de acolchado descanso de los músculos, la vieja mecedora, almohadón de plumas, embrujo de los sentidos, yo me mecía, yo me adormilaba, acunada por el traqueteo de los pasitos nerviosos de Sonia, cuando estos se apagaban la nube del sueño me sobrevolaba y se hundía sobre mi frente en un vaivén de péndulo. Todo no era más que una decena de minutos, ya no más me despertaba la figura de Sonia envuelta en la toalla blanca, ¡qué rica ducha! Qué bueno una ducha para sacarse de la piel la sensación del sol de la tarde limeña rebotando en el asfalto allá en la calle, ahora que el refugio sombrío la había transformado en un recuerdo. Sonia invitaba y me arrojaba alguna camisa en desuso para salir del baño.
Enfundadas en toallas o en camisas desteñidas comenzaba la operación del lonche, ceremonia limeña harto expandida, Sonia sacaba sus tés aromáticos sus panecillos calientes, su jamón del país y otras avituallas a las que mi estómago argentino todavía no se había acostumbrado a esa hora del día pero que disfrutaba igualmente por el placer de la mesa y de la conversación, Sonia retomaba alguna historia interrumpida de condes y marquesas traspolados a los personajes de la vida limeña miraflorinos o barranquinos o bien relataba las peripecias de su último encuentro con el "interesantísimo" que en síntesis no tenía de interesante más que las dificultades del encuentro mismo. Era la hora también en que comenzaban a desfilar los amigos del vecindario, La Machi, la otra Saint Mary´s clasic, la misma que pregonaba el imposible mandato de "No hacerse paltas", la misma cuyo nombre no era pronunciado por el amplio círculo de amigos y conocidos sin el necesario artículo, como prueba del carácter de símbolo de esta chica chévere. Decir La Machi era estar ya en el centro de ese submundo del vacilón, informado de las coordenadas de espacio y tiempo en que se desarrollaría la historia de la noche limeña, poseedor de la respuesta a la pregunta infaltable de la tarde del viernes ¿Dónde es el tono? Había un no sé qué en saber donde era el tono que daba un aire de respetabilidad, de secreta complicidad. Pero La Machi aunque más famosa, nada tenía que ver, pese a las apariencias, con Sonia; si aquella era pura exterioridad, ésta era un alma sangrante que pugnaba por enmascararse con la risa, y se vacilaba, no al vaivén del "tono" del día sino en el ir y venir del llanto y de la risa, pobre payasa triste, tan dotada de esa mirada punzante, tan dotada para el goce voluptuoso con esas historias de celos, de envidias, de aires pretenciosos, de elegancias afectadas, tan excepcionalmente dotada en el arte del narrar.
La historia de Darío fue un romance color rosa, color verde, color lila, para terminar en el blanco no como la síntesis de todos los colores sino como la ausencia de todos, la mera ausencia, bruta y desnuda. Darío debió haber quedado prendado del mágico encanto de Sonia, sus entusiasmos, su locuacidad espontánea, su manera de andar entre las gentes con desenvoltura de Saint Mary´s College, sus promesas de vacilón, porque acaso aburrido de su cotidianeidad de funcionario y esposo, se le pegó como garrapata. Ya a la hora del lonche se hacía presente en el teléfono, inquiriendo por los programas del día, convidando a su vez a lugares "elegantísimos", o bien se hacía presente en presencia misma con una rosa y se sentaba a su lado y le tomaba la mano y le deslizaba sus esquelas y la miraba con esos ojos. Ese no era el estilo de Sonia que atrapada entre los funestos recuerdos todavía vivos de su ex-pareja y la incondicionalidad un tanto asfixiante de Marito, se inclinaba más bien hacia formas más espumosas y vacilantes, pero no era mujer que gustara contrariar lo que le llegaba como destino de modo que se dejó embrujar y a los embrujos sucumbió. Fueron tres semanas y media en que Sonia progresivamente se fue esfumando y ya no hubo el refugio de las tardecitas y las refrescantes duchas y el lonche enmarcando la chismografía limeña con estilo proustiano. Los temas y los asuntos viraron también a la hora de nuestros recreos personales entre los trabajos de edición, confección de guiones o revelado del material de campo; ya no se hablaba de los otros sino de los detalles del romance naciente, las delicadezas de Darío, los obsequios insólitos, las noches de amor y sobretodo las promesas. Había un proyecto en ciernes, un viaje a un lugar escondido, acaso la Isla Margarita, ella debía ocuparse de las reservas, pasaje, hoteles, el cubriría los gastos, no había de que preocuparse, el amor fluía sereno como agua de manantial. "Luz de mi vida, mi despertar, mi todo", con estas y tantas otras frases Darío decía su adoración que no estaba hecha de paciencia como la de Marito sino de exaltación y como toda exaltación fue breve y exacta como el rayo. Sonia también fue rápida y precisa con las reservas, con el permiso que José María Calvel le otorgó a regañadientes en detrimento de los productos, y con su disponibilidad siempre lista para otorgar y decir sí y no contrariar al destino que le venía en forma de ese amor no buscado, no deseado, porque a decir verdad Sonia estaba bien con Marito y la libertad de y la libertad para, que él le dejaba para que ella degustara a su placer.
Aquel día de las reservas salimos a las cinco y media más en punto que otras veces, "Acompáñame que tomamos una carrera hasta Miraflores y después vamos a casa que te cuento todo y me ayudas a hacer las valijas". En la agencia no todo fue tan rápido como Sonia dijo, pero que en verdad no era de esperar, por lo de la lentitud burocrática sumada a la idiosincrasia, pues la muchacha no atinaba con las combinaciones y las opciones y todo se embarullaba con la escasez de los horarios disponibles y las plazas vacantes pero finalmente tras hora y pico de paciencia todo quedó prolijamente dispuesto para que Darío pasara más tarde, que ya no lo era tanto por lo tarde que se había hecho y hasta a lo mejor nos topábamos con él, para pagar y retirar los boletos. Pero no nos lo topamos, tuvimos tiempo de llegar a la casa, tuvimos tiempo de las duchas y el lonche mientras esperábamos el llamado de Darío para que todo quedara confirmado y o.k., o.k, "mi dulce, mañana a las ocho paso a recogerte, te mando un besote". Sonia estaba excitada y superansiosa por lo que el lonche se desarrolló en forma interrumpida entre búsqueda de valijas, selección de ropa y tuvimos tiempo para todos esos menesteres hasta el cierre del equipaje, que mejor no porque siempre hay que agregar algo, mejor lo cierro mañana; y eran ya las nueve y el teléfono nada y los pasitos de Sonia se hacían algo más nerviosos, y además esa costumbre de morderse los labios. ¿Qué está pasando? Ariadna se esforzaba por aparentar que hasta ahí la demora le parecía todavía normal, hay que darle tiempo y si no más tarde tú lo llamas. Le dimos tiempo, ya no había qué cosa limpiar u ordenar, no había tampoco temas de conversa porque el tema, primero del viaje y después de la demora, se los tragaba todos, fueron las diez y luego las once, Sonia comenzó a llamar cada media hora sin obtener respuesta, como a la medianoche logramos dormirnos, no sé quien de las dos cayó primero, arrulladas por las voces medio apagadas de la tv.
Amanecía, me desperté con el ruido de un teléfono que se cuelga y las palabras de Sonia "sigue sin contestar, ¿qué puede haber pasado?" Pero la pregunta era esencialmente escéptica, tan escéptica que degradada en sí misma no llevaba siquiera el tono de pregunta, tenía más bien el tono de esa constatación de que la historia infaliblemente se repite, de que hay conductas modelo que periódicamente se reiteran en personas disímiles en quienes resulta totalmente inesperado, en circunstancias también disímiles a excepción de un sólo aspecto: cuando la realidad adquiere los colores del sueño es que está al borde del colapso. Quizá toda esta sabiduría no estaba todavía presente en esa frase de Sonia al amanecer del día siguiente, quizás es el recuerdo de una sensación que vino después como síntesis de muchas sensaciones pero que en razón del tiempo transcurrido la memoria de Ariadna tergiversa porque de hecho Sonia siguió llamando durante todo el día a la casa y a la embajada. Recién por la noche hubo certezas a medias: nada especial había ocurrido salvo que Darío se había borrado. Los motivos seguían siendo inciertos, es más no había motivos a la vista