Mudanza, o el alma de las cosas
Después del diluvio o bien después de la erupción volcánica porque no es el agua que te inunda pero vivifica sino el fuego que arde y quema. Ni una gota de nada, me siento seca. Y si nos preguntamos por el hondo sentido de la palabra. “Mudanza”. El mismo exacto de lo que dice, mudanza, cambio, no como el movimiento evolutivo del capullo, sino revolución, inversión del giro, temblor de tierra. Y uno que pensó que tan sólo era un cambio de casa.
Después del diluvio o bien después de la erupción volcánica porque no es el agua que te inunda pero vivifica sino el fuego que arde y quema. Ni una gota de nada, me siento seca. Y si nos preguntamos por el hondo sentido de la palabra. “Mudanza”. El mismo exacto de lo que dice, mudanza, cambio, no como el movimiento evolutivo del capullo, sino revolución, inversión del giro, temblor de tierra. Y uno que pensó que tan sólo era un cambio de casa.
Síndrome de la casa vacía. Uno no sabe realmente lo que es cerrar una etapa hasta que se topa con el espectáculo de la casa vacía. La reja gris y las paredes huecas que no dicen sino su mudo resentimiento: ellas que guardaran líricos cantos de risa y lágrimas... ¿Qué tantos secretos esconden las baldosas, cuántos viejos olores, historias empapeladas, maquilladas, recontadas? El gato que se superexcitó en el laberinto de los muebles que trepó y dominó alturas y recovecos, ahora calla y gruñe en su ofuscado recogerse. En su gesto se resume el alma de la naturaleza: no pactar con la astuta y engañosa razón; clavarse en el terco reclamo del territorio y la rutina.¡Esta tierra es mía! repican las campanas del corazón, anulando el frío calcular de los pro y los contra. Esta tierra es mía y en el pisarla me afirmo y elevo ente los seres y las cosas y digo no importa qué; el lenguaje tan sólo como la casa y la palabra en que modelamos nuestra estatura y nos teñimos de amaneceres. Cuántas auroras pasadas se agolpan en nuestra memoria para imponerse sobre otras, son los motivos de las vanas charlas que inducimos y sostuvimos para escapar a la melancolía cuando la casa todavía era amiga y nos lanzaba sus iluminaciones para regodearnos en el recuerdo. Ahora ya todo está callado, las fotos como testigos muestran el silencio y el pálido rencor de la casa vacía. Hay que saber qué es sentir el enojo de la cosa muda, del gato asustado, de los huecos en las paredes de todo aquello que la inútil y propia rapiña no quiso perdonar. ¿Qué las cosas tienen alma?, esa que parece una frase hecha y tonta, cuanta verdad, si hasta siento el reproche por mi falta de atención a los objetos, ahora que los veo en otro lugar, con su lustre, su compartir satisfecho un espacio de atención.
Agustín. Otra historia. Un sordo rencor lo animó los primeros días y no pude levantar cabeza desde ese abismo -tantas palabras había en sus ojos de gato-, sólo recepcionar como destino los flashes de imágenes y pensamiento en que se hacía presente por mínimos instantes dejando el halo de una memoria interrogante.
Aquí lector una lágrima como suma y resta de todas las lágrimas, pero hay todavía tanto que decir de la casa vacía.
Después del vendaval, desde este abismo sin fondo, a 6000 metros por debajo del nivel del mar, sólo mi roca puede salvarme. Yo soy otra entre aquellos que no creen más que en las palabras. Las palabras huecas, las vacilantes, la que decimos a un amigo o la que callamos, la que ríe con un ojo, las dormidas o exultantes, las más inocentes, las que guardan empero los mayores peligros. Las palabras también que nos lanzan las cosas cuando casualmente nos devuelven la mirada. A todas ellas tengo fe, a todas amo con ese amor que se atesora y alimenta porque desde nuestro fondo sabemos que cuando ya no tengamos nada nos quedarán al menos las palabras.
Febrero de 2006
Aquí en el centro, en el corazón de la ciudad, la miro a la ciudad con ojos de extranjera perdida entre extranjeros, ellos conocen más los recovecos, el modo de pedir e interrogar sobre lo que ha de verse, en su lengua balbuceada ellos tienen el código necesario. Son como dos ciudades paralelas. Yo tambaleo donde ellos se mueven como en su casa. Hasta sería posible invertir los roles: una guía elaborada por extranjeros para que ud conozca turísticamnte su ciudad, guía turística para nativos.
Y si uno quisiera comprender la soledad, su carácter exponencial, el colmo de la soledad, hay que enfocar en esa circunstancia especial de la mudanza; el no tener un lugar, el andar ambulante, no como cuando uno anda de viaje llevando su pequeña casa al hombro, sino en ese estado especial en que uno va de aquí para allá por lugares ajenos, entre cosas ajenas, cuando uno comprende que estar sólo no se agota en el estar alejado de los amigos sino también de las cosas familiares, las cosas de uno. Estar sólo es estar sin la casa, pero el lenguaje es la casa del ser y por eso, albricias me queda la palabra.
Ahora la comprendo a Yul con toda su angustia del último día cuando luchaba por aligerar su casa en la mochila, y todo eso que ella cargaba, su vida en la mochila.
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Aquí en el centro nominal de la ciudad, el ruido es protagonista, el ruido dividido y subdividido en el trepidar continuo y los relieves momentáneos que estruendean en el encenderse, y apagarse con la lejanía, de motores inconscientes, borleados de voluntariosas bocinas. No es posible acostumbrarse para ya no oírlos.
Marzo de 2006