Rompecabezas
Dirección: Natalia Smirnoff.
Dirección : Natalia Smirnoff.
Ya desde el comienzo el espectador puede ir armando el rompecabezas, preguntarse el por qué deL titulo, y pensar, para luego entender, que cada escena, que cada cuadro es una pieza del rompecabezas de la vida de María del Carmen o acaso de cualquier otra persona, la guionista, la directora, el propio espectador/a. La película como la vida misma ya se ofrece como una tarea de collage.
Dirección: Natalia Smirnoff
Ya desde el comienzo el espectador puede ir armando el rompecabezas, preguntarse el por qué deL titulo, y pensar, para luego entender, que cada escena, que cada cuadro es una pieza del rompecabezas de la vida de María del Carmen o acaso de cualquier otra persona, la guionista, la directora, el propio espectador/a. La película como la vida misma ya se ofrece como una tarea de collage
Abre con primer plano de manos en la masa, manos amasando, manos trozando el pollo, manos decorando la torta -se trata de un cumpleaños-, al fin, manos hacendosas. Ruido de fondo, risas y parloteos, mucha gente divertida, comiendo, bebiendo, corrillo de hombres ocupados en las anécdotas, voces ensimismadas. Luego plano medio de señora sirviendo, misma señora, mismas manos rompiendo un plato –acaso lo tocó a Juan el marido- “qué hacés mi amor, si querés pegarme tendrás que afinar la puntería” y ella “estuve practicando”. Carmen recogiendo los pedazos y allí en la cocina tratando de rearmarlo, acaso los pegue, los pedazos. Pero falta una pieza y entonces regresa al lugar del hecho a buscar y rebuscar. Primera imagen de rompecabezas. Primer plano del plato que ya no es un plato sino un manojo de fragmentos que quiere volver a ser. ¿Y si todas nuestras vidas no fueran otra cosa? Desde atrás hacia delante o desde el hoy hacia el incierto futuro, no más una tarea: encajar las piezas. Ella está muy atareada tratando de satisfacer a cada uno de los comensales generosos con los elogios de los platos que ella prepara, según una invitada, cada vez con mayor esmero: ella cumple el anónimo mandato, de servir, de agasajar, con indiscutida disponibilidad. Ella misma no se cuestiona nada. Sólo al final de la larga escena Carmen trae la torta y sopla la velita -el cumpleaños era de ella, nadie, de los espectadores podía imaginarlo -los invitados si sabían, habían ido por su cumpleaños- todos cantan el deseo de felicidades. A nadie se le ocurre pensar que algo desafina en la atribución de las tareas. Carmen, todo bien, un poco cansada. Fundido a negro. En ese momento, recién aparece el título de la película: “Rompecabezas”.
Nueva toma, Carmen lavando los platos, los invitados ya se han ido pero ella sigue atareada. (Flash, racconto que queda del lado de la espectadora, ella (yo) recuerda su casamiento marcado por aquella simetría, 8 horas de fiesta por 8 horas de limpieza de ella, sola su alma, preguntando, limpiando y preguntando, quienes serían los intrusos, todos ellos, 60 invitados desconocidos, en país extranjero, la patria del marido. Pero no se trata de mi historia. Me pregunto cuál es el goce de Carmen en celebrar su cumpleaños, ese atarearse con los platos, las recetas, las invitacion, se la ve cansadaes). Pero finalmente acabado su trajín toma uno de los regalos, un rompecabezas, y se sienta a armarlo. Poco a poco se va entusiasmando con la tarea. Uno ya va imaginando el nacimiento de una obsesión.
Nuevo corte, almuerzo en el jardín de toda la familia, Carmen, como siempre es la que sirve, la atareada, pero se atreve a insinuar, “creo que me quedo” aduce cansancio, sin duda está pensando en sus rompecabezas, ese momento de estar sola ella consigo misma, abandonándose a la nueva pasión. Al despedirse el marido, se ve que la ama, “gusto mucho de usted”, le susurra con cara y tono de enamorado.
Pero en el super él la cohíbe cuando está a punto de comprarse los puzzles, “¿para qué?”, esa tramposa pregunta, porque para qué ya se sabe, para armar, lo que quiere realmente preguntar Juan, el marido, es por qué quiere, si no era mejor antes cuando sólo se interesaba por servirlos a ellos, los varones de la casa, y tenerle el queso comprado y todas las cosas que componían su rutina. Porque ella ahora anda distraída se olvida de las compras, ensimismada como está en armar rompecabezas. Y además se atreve a decir sin escrúpulos “será para mañana”, lo del queso que falta.
Otra escena: sentados a la mesa ella le dice que quiere comentarle algo, que parece que hay torneos de rompecabezas, y él ríe, una larga risa, interminable risa, ella mira azorada, él no para de reír y ella, “de que te reís, no es gracioso”, Juan pide disculpas y la besa pero la mancha ya está, no se quitará fácilmente. Y sin embargo, no confundirse, él la ama, se aman, en el matrimonio ni una nube.
Y tampoco ella cede en su deseo, ha hallado un aviso de alguien que busca compañera de juego, es Roberto, que le propone componer una pareja, entrenar para el torneo. Todo se hace clandestino, la escusa es ayudar a una tía convaleciente. Carmen viaja todos los días desde Temperley a zona norte para entrenar con Roberto, se va armando una amistad, se va entrenando hasta salir campeones, ese día de la victoria ella se acuesta con Roberto.
Todo queda ahí, Carmen renuncia al viaje a Alemania para el próximo torneo, guarda los pasajes en una caja que no se sabe cuando la volverá a abrir. La escena siguiente la muestra en el jardín con toda la historia vivida por detrás.
Natalia Smirnoff tiene una narración impecable, ni un detalle de más, nada faltante, la vida misma hecha cine, los sentimientos de la protagonista son los de cualquier espectador, sus dudas son las nuestras, sus decisiones tan contingentes como las de cualquier cotidianeidad. Si la película goza de esa impredecibilidad necesaria para no caer en ningún cliché, es porque se escapa de todos los esquemas: ni argumentos feministas de falsa liberación, ni moralinas paralizantes. Carmen se lanza a una nueva faceta, un aspecto invisibilizado de ella misma con una naturalidad poco esperable en una persona que todo decía que se hallaba enclaustrada en el entramado de la rutina un poco demasiado servicial y olvidada de sí. Pero del mismo modo regresa, es de suponer, tras el sopesar, balancear lo uno y lo otro de su alternativa. La espectadora –yo- se queda pensando, si no hubiera sido posible viajar a Alemania, y luego sí, decidir, regresar a los seres queridos, si esa no era acaso la pieza faltante del plato roto, de ese rompecabezas de una vida que en cualquier momento se puede reconfigurar para agregar la atracción de una faceta desconocida, ¿cuántos yo caben en un yo? Pero Natalia no concede nada, nos deja las preguntas picando, la vida misma con sus paradojas, sus incertidumbres, porque nunca sabremos que es lo que debió ser, sabemos lo que fue, lo que así se hizo porque así se quiso, ahora Carmen se encuentra en el jardín de su casa con toda la historia por detrás, feliz parece. Acaso haya aplicado a su proceder la fórmula del “querer hacia atrás” tan anhelada por Nietzsche, elegir y mantenerse firme en la elección, o como decía Kierkegaard, hundirse en ella porque la verdad no está en lo uno o lo otro sino en la energía de la decisión.