El tema surgió a propósito de una pregunta acerca de la misión de los pensadores y la filosofía hoy,  pero allí mismo en la formulación de la pregunta anida ya un problema: la idea de misión. Me animo, pues, a comenzar con una sugerencia. No hablemos de misión porque el pensador, no carga  con ninguna misión, se trata tan sólo de un quehacer que el mismo ha escogido. Hablar de misión conlleva algunos supuestos que no entonan con lo que entendemos por este quehacer.  En esto no hago diferencia entre filósofo y pensador, asumo que la filosofía es ella misma la tarea del pensar, no una profesión de eruditos que recogen y exponen conforme a ciertas reglas de oficio el pensar de los otros, componiendo en el mejor de los casos el concierto de la historia de la filosofía. Discurrir sobre estos supuestos acaso sea, entonces, un buen comenzar para responder a la pregunta que nos convoca, acaso un mal comienzo porque comienza con un no pero  comienzo al fin.

Extracto de  De ironías y silencios

En Las palabras y las cosas,1 después de expresar su asombro por la clasificación de los animales citada por Borges, donde se alojan tan compatiblemente los embalsamados, los lechones, las sirenas, los fabulosos y los que acaban de romper el jarrón, Foucault se pregunta a partir de qué tabla de identidades y semejanzas podemos, en nuestra cotidianidad, instaurar un orden, construir clasificaciones o establecer diferencias, por ejemplo, entre un gato y un perro aun cuando ambos terminen de romper el jarrón.

Presentación del libro Verdad y cultura

Quiero comenzar este comentario ubicando a la obra en el espectro general de la obra nietzcheana. Las Consideraciones Intempestivas forman parte de lo que se llama sus obras tempranas y con El Nacimiento de la Tragedia constituyen en varios sentidos una unidad. Ambas responden a una misma preocupación, es el tema de la cultura, la cultura de su época, la cultura europea, alemana especialmente, de lo que se deriva el énfasis puesto en la crítica de esa cultura y el interés de desbrozar el camino para la construcción de una cultura auténtica o cultura verdadera como dice Nietzsche. En el Nacimiento de la tragedia el camino será un remontarse a los griegos para comprender simpatéticamente la esencia de esa cultura nacida del espíritu trágico. La pregunta que dispara la obra es ¿por qué los griegos, una raza fuerte, tan bien avenida con la vida, en su época más feliz, tuvieron necesidad de la tragedia? Pregunta cuya respuesta es la obra misma.

Por suerte Platón habló de todo y las generaciones  sucesivas y nosotros podemos reconstruir su época y hablar a su vez de todo. Pero ahora, en época de crisis, crisis de los valores, crisis del pensamiento, se impone una revisión, se instala el derecho a la sospecha. Existe una antigua deuda con los sofistas. Aquellos que se llamaron a sí mismos maestros de cultura, maestros de retórica, fueron desprestigiados ya desde la época de sus contemporáneos, Aristófanes, Platón, y otras voces repitieron sus ecos: Aristóteles y sus herederos, durante los siglos que lleva esta cultura.

Mi punto de partida es su propio decir: la hora silenciosa, las palabras más silenciosas son las que provocan la tempestad. Pero la voz de Nietzsche es un estruendo, un martillo sobre mis sienes, me rompe los tímpanos. Siempre lo tomé por el costado: El nacimiento de la tragedia, infinitas veces releído, sus obras aforísticas porque invitan siempre a abandonarlas sin escrúpulos. Pero he guardado la sospecha de que abordarlo por la médula era arremeter contra el Zaratustra; hubo en ese sentido ensayos reiterados pero efímeros o parciales, era dada una incompatibilidad de caracteres, su aire profético, su tono amonestador, su exceso afirmativo. Al fin lo he logrado, lo tengo bien leído, pero no lo guardo como un tesoro. He pasado por la bronca, he pasado de la bronca a la risa, de la risa al entusiasmo, la alegría de ver reflejadas mis verdades más antiguas, las felices coincidencias. Ahora me he hecho amiga.

En toda biografía hay una página, al menos unas líneas, que evocan espontánea alegría, una nota risueña, anécdotas de infancia. Éste no es el caso con Kierkegaard, en ella no hay infancia; lo dice el propio protagonista: “Ni hombre, ni niño, ni muchacho (…) desde el comienzo un anciano presa de una melancolía infinita”. Inmerso en la reflexión, desdoblado, sentirá la nostalgia de lo que no fue, los juegos de la infancia, algo de vida en la inmediatez, en la unidad de lo espontáneo.

 

Paseando por el Hades en busca de conversación, Sócrates se encuentra con Nietzsche, ante quien se defiende de las acusaciones que éste le hace, inspiradas en sus obras El nacimiento de la tragedia y El ocaso de los dioses.

Nietzsche: ¡Eh!, tú, qué haces ahí agazapado entre los escombros, todavía estás ahí, todavía tenemos más Sócrates, más de esta enfermedad, esta decadencia de los instintos. Pensar que vaticiné años atrás que esta enfermedad, que bauticé espíritu científico, terminaría algún día, transformada en serpiente acabaría mordiéndose la propia cola, que surgiría nuevamente la necesidad de arte, que Dionisos, el más excelso de los dioses, retornaría triunfante. Pero aquí estás tú otra vez escondido entre esas mismas ruinas que esparció el hartazgo del hombre teórico. ¿Por qué esta aparición que me hace subir la fiebre y no da descanso a mi espíritu?

Sócrates: No te irrites, no guardo ningún rencor hacia ti y no soy un reaparecido. He estado siempre merodeando por estos lugares, siempre a escondidas porque no eres el único que me ha atacado, he sido condenado al destierro por las mismas fuerzas que crees que yo represento. He bebido la cicuta para escapar a esa condena, pensé que ése era el pasaporte para ingresar en el mundo de los inmortales y lo hice porque creí que de ese modo podría conversar con espíritus más libres como tú. Debí esperar siglos y, después de hacerlo, contemplar con desaliento que también tú me rechazas tomándome por uno de ellos.

N: No quieras engañarme, viejo zorro; tú has sido el asesino de todo aquello que los griegos tenían de más bello, su arte, su tragedia; has matado a Dionisos, lo has desterrado condenándolo a vagar como alma en pena por los siglos.

S: Tú solo te engañas, ya antes de que yo empezara a balbucear, existía un espíritu antidionisíaco, tú lo sabías y lo señalabas ya en alguna página de El nacimiento de la tragedia, entreverado por cierto con las acusaciones que me hacías, aunque ahora simules haberlo olvidado. 

Una forma de comunicación

En la obra de Kierkegaard el concepto de ironía tiene un papel destacado, con él comienza, a él consagra una disertación, es el tema de su tesis doctoral, la ironía socrática, la ironía romántica. Obra escrita para académicos, se explaya sobre la ironía recogiendo opiniones filosóficas, contrastando, exponiendo pros y contras, ubicándola en estilo hegeliano en el conjunto de la historia universal. La ironía es una pausa, un momento a ser superado. El autor evalúa, mide, determina su componente de negatividad.

 En Sócrates la ironía no logra alcanzar la idea, de nada le vale para relacionarse con el mundo, no enriquece su experiencia. Aparece la imagen de las nubes, inestables, difusas, las que adoptan todas las formas posibles pero no se estabilizan en ninguna. El ironista siempre está de viaje, su reclamo es que siempre se le repita la oportunidad, la libertad de recomenzar, se quiere negativamente libre, su entusiasmo destructivo supone aniquilar la realidad a la vez que su propia realidad.1

 

 

Para Marcelo, Eleana y Manuela interesados en la figura del maestro.

 

 Un modo de estar en el mundo

Cómo acercarnos a Sócrates, Sócrates el ironista, no el filósofo, cómo tocarle el hombro para que se dé vuelta y evitar la carcajada del ironista. Dice Nietzsche que “un extranjero que entendía de rostros, pasando por Atenas le dijo a Sócrates en su cara que era un monstruo, que abrigaba dentro de sí todos los peores vicios e inclinaciones. Y Sócrates se limitó a responder: ‘Me conoces bien, señor’”. La fealdad irrumpiendo en medio de la bella aristocracia griega, perdón, digo la bella eticidad griega, lo grotesco, lo deforme, el desaliño. Cuenta Platón que hubo de lavarse los pies para asistir al banquete.2 Su figura, ella misma el chiste, la extravagancia, la ironía, la tempestad en medio de la serenidad helénica, una ruptura, un torpedo.

 

Fragmento de  Los griegos en escena

    Los griegos gustaban de los enigmas, por eso crean dioses que gustan de los enigmas. Abunda la literatura donde se dice que los dioses son veraces y engañosos, donde se dice que Apolo que es el dios que se comunica a través de la sacerdotisa, el dios del oráculo, es un dios que hiere de lejos. Se cuenta en la Ilíada que Apolo lanza sus flechas causando enfermedad y muerte en el campo de los aqueos, también lanza enigmas que son como flechas que siembran muerte. Apolo es el dios solar, dios de la luz, pero también está asociado a la oscuridad, al misterio y a la sabiduría. Dice Heráclito: "El señor a quien pertenece el oráculo que está en Delfos no afirma ni oculta, sino que indica".  Apolo dios de la adivinación, dios que conoce el porvenir, lanza enigmas que son desafíos, quiere y no quiere que los hombres comprendan.

 

Para hablar del tema de la técnica en Heidegger tenemos que hablar del problema de la metafísica el cual aunque no se exprese en esos términos vincula a su vez con el tema del proceso civilizatorio. Preguntarnos sobre ese proceso, que lo mismo podríamos llamar historia de Occidente, exige para Heidegger hacer historia de la metafísica, esto es, hacer nuevamente su recorrido. Nos hallamos frente a un cambio en el modo de abordaje y en la índole de las preguntas, un cambio, que al identificar el proceso civilizatorio con la historia de la metafísica, vuelve a colocar a la filosofía en un lugar central respecto a la crítica de ese patrón civilizatorio. Desde esta perspectiva, el destino histórico de una cultura viene fijado por una precomprensión colectivamente vinculante de lo que acaece.