Artículos de Memorias y relatos
JR era lo más parecido al hombre sin atributos, no porque no tuviera atributos, que tener tenía, sino porque se le parecía como dos gotas de agua. Acaso más se le acomodaba el apelativo de hombre de las certezas. El mundo, la vida todo eso que los filósofos o los hombres de ciencia pensaron primero que habían apresado y luego tuvieron que reconocer que se les había escapado de las manos como pez en el agua eran para JR cosas sin secretos, calculables, aislables, computarizables. Los errores humanos, las pasiones malhabidas, todos esos detalles que en lo cotidiano, juegan de obstáculos infranqueables, inclusive las propias trabas burocráticas no contaban para JR o bien eran absorbidos por la trituradora máquina del cálculo probabilístico.
Y la casa de la infancia también era una casa grande no por ser mansión sino por lo de larga y estrecha que se la llamaba chorizo y era igualita a todas las otras chorizos, incluida ahora la actualísima de Su, en Parque Patricios, igual por fuera con su balcón, igual por dentro con sus siete habitaciones en hilera, su vestíbulo con vitraux, sus dos patios separados o unidos por un estrechamiento. Algunos usos eran semejantes que no todos porque Su había modificado algunos detalles de la distribución para adaptarla a los usos más modernos. Era el caso de tantas otras hoy aggiornadas por arquitectos de moda especialistas en reciclar, reestructurar, modernizar, con espacios vidriados y mucha vegetación.
Del lado de allá
En Lima las gentes del exilio se dividían en dos ramas o bien habría que decir en dos ramales como si se tratara de la misma línea que a veces realizaba un recorrido más selecto y a veces se perdía por los suburbios. Ramas o ramales se definían no por la ideología pues todos profesábamos la misma fe revolucionaria sesentista o setentista, unos más hacia la I, otros más hacia la R de reformistas, sino por los barrios a los que llevados por la corriente habían unos ido a parar, o en los que otros habían deliberadamente parado después de una detenida selección acorde con la propia estima de su rango social; y así acorde también con ese status de adopción se desarrollaba su vida social
Del lado de allá.
No hay escena mejor que los lugares de trabajo para acopiar notas relativas a los tipos humanos, pero no se trata de eso; más bien de hurgar en esos lugares para trazar un bosquejo de todas las condiciones de posibilidad de entablar una amistad o, para ponerlo en tono más personal, de esbozar la historia de las propias amistades. Había una historia repetida: cada vez que ingresaba a un nuevo círculo atravesaba una etapa de aislamiento –entre observación y silencio- hasta que alguna persona la rescataba no para arrastrarla al conjunto sino para establecer una ligazón secreta, una complicidad que construía una oposición de barricada dominada por cierta intransigencia. Aquella vez fue Sonia quien se le acercó, atraída probablemente por su condición de extranjera.
Voluntariamente fragmentario porque sólo en lo fragmentario reside la esperanza, sólo en lo fragmentario se encuentra la interessa de la vida. Elías Canetti.
Ariadna llevaba su diario que no era registro de acontecimientos sino de puras frases propias o ajenas que ella sin embargo no entendía como hurto sino como recuperación de pensamientos propios que otros le habrían robado o bien habrían tenido la suerte de expresar antes que ella. Ellos habrían de servir de disparadores de futuros desarrollos. Ahora viene a tema el primero de aquellos pensamientos que ella no había citado textualmente sino según su memoria le dictaba y cuando se puso a corroborar decidió dejarlo abandonado a su involuntaria distorsión. Dice el Adriano de Margarita "Ciertas porciones de mi vida se semejan ya a las salas desmanteladas de un palacio demasiado vasto que un propietario venido a menos no alcanza a ocupar por entero". Ella había recordado escuetamente "La vida cono una casa demasiado amplia cuyo amo no puede ocupar todos los compartimentos"
Ariadna se aburre o acaso se impacienta porque está superexcitada con la visita de Ernesto, un poco ansiosa, hay que ponerse al día con todas esas historias. Pero en realidad no le interesan tanto las historias, solamente la posibilidad de traer, así nomás con la presencia y algunas palabras entrecortadas un pedazo de pasado, de aquellos otros tiempos cuando todavía estaba todo el tiempo por delante y por detrás apenas proyectos mal esbozados, un corte en el presente, un encaje del antiguo, entretenerse con alguien que compartiera alguna nostalgia, la de los bares desaparecidos tras el vidrio, el Moderno, el Farolito, sí, porque precisamente en la casa de Oswald, la noche de la despedida se evocaron algunos nombres y había códigos compartidos.
Quién diría que esa llamada sería el comienzo del tornado. -¿Vos reconoces esta voz? -Sí. Neuronas trabajando, más bien recuerdos de estímulos sensoriales, por lo que la voz llega por los oídos, no?- Pero él ya estaba, contestándose –luego explicaría por ansiedad, y por cierto faltaba algo a la explicación. – Ernesto. ...y ella rápida a pesar de los 26 años pasados, el tiempo y la distancia, encimó y completó Ernesto Moral. Entonces comenzaron, previa emoción recíproca por la voz reconocida, todos los reconocimientos, mezcla de reclamos y de declaraciones de amor que siempre van juntos. Sí, supe que estuviste en Baires, tantos años esperando ¿por qué no llamaste? Por miedo, otra explicación incompleta pero que resultó suficiente porque a Ari le pasaba lo mismo. Cuando regresé de Perú, nueve años de exilio a los que se sumaban otros dos separados por breve lapso, no quise ver a nadie de los viejos amigos, en realidad no los busqué porque sí quería verlos, pero lo dejé librado a la casualidad, la que esquivó mi recorrido durante varios años hasta que al fin concluí que se había pasado al otro bando.
Ariadna, yo con este nombre extraño completamente circunstancial, construido por oposición masculino-femenino, devenido luego en Ariadna y así sea desde ahora, doy comienzo a estas memorias un día por el que declina agosto. Llueve son las seis de la tarde, mientras transito en el vehículo más plebeyo. Siglos me separan de la voluntad de marcar la diferencia por las señales de sangre, -léase a causa de mi propia pertenencia a un bajo rango o bien de la necesidad de ocultarla por una cuestión de status-. Es la libertad que concede el carecer. Y sin embargo me seduce la imagen de los espacios nobles para estas actividades del buceo en el recuerdo.