Hace unas semanas a propósito de los festejos de otro aniversario patrio y de la participación de los jóvenes cayeron comparaciones de las juventudes hitleristas y la organización de la Cámpora. Aunque la desafortunada comparación provenía de  un miembro de la oposición ya harto conocida por sus objetivos meramente destituyentes, y fue repudiada por una gran mayoría, me interesó el comentario de una oyente radial “cuidado con estas comparaciones porque los jóvenes que desconocen van a pensar que el nazismo es bueno”. 

El tema surgió a propósito de una pregunta acerca de la misión de los pensadores y la filosofía hoy,  pero allí mismo en la formulación de la pregunta anida ya un problema: la idea de misión. Me animo, pues, a comenzar con una sugerencia. No hablemos de misión porque el pensador, no carga  con ninguna misión, se trata tan sólo de un quehacer que el mismo ha escogido. Hablar de misión conlleva algunos supuestos que no entonan con lo que entendemos por este quehacer.  En esto no hago diferencia entre filósofo y pensador, asumo que la filosofía es ella misma la tarea del pensar, no una profesión de eruditos que recogen y exponen conforme a ciertas reglas de oficio el pensar de los otros, componiendo en el mejor de los casos el concierto de la historia de la filosofía. Discurrir sobre estos supuestos acaso sea, entonces, un buen comenzar para responder a la pregunta que nos convoca, acaso un mal comienzo porque comienza con un no pero  comienzo al fin.

Extracto de  De ironías y silencios

En Las palabras y las cosas,1 después de expresar su asombro por la clasificación de los animales citada por Borges, donde se alojan tan compatiblemente los embalsamados, los lechones, las sirenas, los fabulosos y los que acaban de romper el jarrón, Foucault se pregunta a partir de qué tabla de identidades y semejanzas podemos, en nuestra cotidianidad, instaurar un orden, construir clasificaciones o establecer diferencias, por ejemplo, entre un gato y un perro aun cuando ambos terminen de romper el jarrón.

Presentación del libro Verdad y cultura

Quiero comenzar este comentario ubicando a la obra en el espectro general de la obra nietzcheana. Las Consideraciones Intempestivas forman parte de lo que se llama sus obras tempranas y con El Nacimiento de la Tragedia constituyen en varios sentidos una unidad. Ambas responden a una misma preocupación, es el tema de la cultura, la cultura de su época, la cultura europea, alemana especialmente, de lo que se deriva el énfasis puesto en la crítica de esa cultura y el interés de desbrozar el camino para la construcción de una cultura auténtica o cultura verdadera como dice Nietzsche. En el Nacimiento de la tragedia el camino será un remontarse a los griegos para comprender simpatéticamente la esencia de esa cultura nacida del espíritu trágico. La pregunta que dispara la obra es ¿por qué los griegos, una raza fuerte, tan bien avenida con la vida, en su época más feliz, tuvieron necesidad de la tragedia? Pregunta cuya respuesta es la obra misma.

De Piglia se puede hablar al modo de un “Piglia par lui meme”, un concentrado de pensamiento construido a partir de las palabras del propio escritor y los mechados de algún entrevistador; esas obritas de las Editions du Seuil, allá por los años sesenta o setenta.  Y esto porque Piglia cuando habla de los otros habla de sí mismo. ¿Qué es sino eso del escritor detective o el lector detective? Es el mismo Piglia por momentos desdoblado en los personajes de los que se ocupa,  un Erdosain, o algún oscuro personaje de su propia ficción: el comisario Croce, en Blanco Nocturno, o el polaco Tardewski en Respiración artificial

Por suerte Platón habló de todo y las generaciones  sucesivas y nosotros podemos reconstruir su época y hablar a su vez de todo. Pero ahora, en época de crisis, crisis de los valores, crisis del pensamiento, se impone una revisión, se instala el derecho a la sospecha. Existe una antigua deuda con los sofistas. Aquellos que se llamaron a sí mismos maestros de cultura, maestros de retórica, fueron desprestigiados ya desde la época de sus contemporáneos, Aristófanes, Platón, y otras voces repitieron sus ecos: Aristóteles y sus herederos, durante los siglos que lleva esta cultura.

Y ella, que tan afrancesada, de chica odiaba el inglés; mamá que dale con los idiomas, con el inglés sobretodo -cuestión de generación, la cultura pasaba por los idiomas- y le vaticinaba un destino come el de su amiga Cholita, profesora diplomada y del propio Lenguas Vivas, era lo más que podía aspirar. Pero a ella no, a ella no le fascinaba lo de los idiomas; con el francés se vacilaba no por el idioma, que al fin no era más que un canal, apenas un pasadizo hacia la sustancia en sí, la historia, la literatura, la misma cultura francesa, la de los clásicos, luego, los “malditos” poetas, luego un Marcel, un Sartre.

Efecto de las campanas  de medianoche: o rompen el hechizo de ese otro mundo del príncipe azul donde la cenicienta redimía su vida entre cenizas, o envuelven en el hechizo de ese otro mundo del pasado reciente donde celebridades literarias tejen la trama de lazos vinculantes. En este caso  el recurso a la fantasía se da como un mecanismo de defensa frente a la pátina de convención, conformismo y  ennuie, con que la vida burguesa cubre todas las cosas. 

 

Lo trágico en la forma de absurdo es un absurdo sin estridencias, no hay llanto sólo  perplejidad. Por eso más que trágico es tragicómico. Pero el absurdo no es la noche donde todos los gatos son pardos, el absurdo se mueve dentro del marco de cierta lógica, este hecho es el que por momentos provoca risa: el hecho de que el absurdo se enmarque dentro de una lógica humana. Los guardias que parecen hacer sin lógica son bastante lógicos capaces de hacer evidentes las incongruencias en las palabras de K “Mira Willem, admite que no conoce la ley y afirma al mismo tiempo que es inocente”.

El día que recordé que yo también tenía una tía que de tanto en tanto decía ¡Alabado sea Dios!, como la tía de Marcel, la misma cuyo cuarto tenebroso temblaba al compás de los cirios encendidos junto a variados y desconocidos santos, ennegrecidos por el humo de las velas como el de la tía Prascovik en la Cracovia natal de Margarita. Por tanto yo también poseía una biografía en potencia, sólo faltaba la invención del mirar, el día que descubrí toda la magia que emana de la invención de un estilo del ver. Ari revuelve nuevamente en la mente y en los papeles y subraya: "Desarrollad vuestra legítima rareza" dice el poeta surrealista René Char, y el raro de Rousseau "No soy ninguno de cuantos he visto y aún me atrevo a creer que como ninguno de los que existen. Si no valgo más soy al menos distinto de todos". Y con ese sentimiento debió haber escrito sus Confesiones, basta con sentirse distinto, entonces, para que la palabra que nos dice fluya con cierta desenvoltura. 

JR era lo más parecido al hombre sin atributos, no porque no tuviera atributos, que tener tenía, sino porque se le parecía como dos gotas de agua. Acaso más se le acomodaba el apelativo de hombre de las certezas. El mundo, la vida todo eso que los filósofos o los hombres de ciencia pensaron primero que habían apresado y luego tuvieron que reconocer que se les había escapado de las manos como pez en el agua eran para JR cosas sin secretos, calculables, aislables, computarizables. Los errores humanos, las pasiones malhabidas, todos esos detalles que en lo cotidiano, juegan de obstáculos infranqueables, inclusive las propias trabas burocráticas no contaban para JR o bien eran absorbidos por la trituradora máquina del cálculo probabilístico.

Dirección Michael Haneke

¿Cómo narrar el aburrimiento, lo machacón de la rutina, cómo decirlo con sólo la imagen? Esto es algo para lo que el cine, entre las artes, está preferentemente dotado; esto es lo que hace magistralmente Haneke en esta película que pese a ser su primer largo metraje puede verse junto con La cinta blanca como un momento cumbre de su filmografía. Pero no se trata de mero aburrimiento y rutina. La película comienza en la planicie para ir avanzando hacia la cota del precipicio.