Yo la bastarda, la ilegítima, hija del viento se decía por entonces, última de cinco hijos, familia de segunda, la no reconocida. A vestirse con las mejores pilchas ordenó mamá aquél día, con el temple de las mujeres de hierro, y nos arrastró al último adiós de aquél que no nos dio el estatus de familia, por aquellos tiempos en que los varones decentes sembraban sus semillas por los campos vecinos marcando territorio. Yo era por entonces una niña. No nos dejaban entrar, atrás, dijeron “familia ilegítima”, nosotros, los intocables;  al fin pudimos. No recuerdo si en ese momento fui consciente de la humillación o me fue creciendo luego, poco a poco, la víbora por dentro.

11 de septiembre de 2011

Septiembre negro, setiembre, mes lleno de sucesos memorables, no porque merezcan la memoria sino porque ella es no prescindible, no se la puede eludir. Mes, también, de sucesos innombrables. La radio, empero que se apoya en las efemérides rememora, trae a presencia y ahora más que nunca cruza, combina, hibrida dos acontecimientos alejados si nos movemos en el espacio-tiempo reciente  11 de setiembre del 73, 11 de setiembre del 2001; ambos marcan virajes en la historia cercana, regional, latinoamericana el primero, cercana mundial, el segundo; virajes también en la historia personal.

Hace unas semanas a propósito de los festejos de otro aniversario patrio y de la participación de los jóvenes cayeron comparaciones de las juventudes hitleristas y la organización de la Cámpora. Aunque la desafortunada comparación provenía de  un miembro de la oposición ya harto conocida por sus objetivos meramente destituyentes, y fue repudiada por una gran mayoría, me interesó el comentario de una oyente radial “cuidado con estas comparaciones porque los jóvenes que desconocen van a pensar que el nazismo es bueno”. 

Comentarios así no más de entre casa de alguien que leyó más de varios artículos en página 12 o leyó, escuchó opiniones por el estilo y anduvo por los marchas recogiendo motivos, haciendo encuestas para una universidad pública. Me impulsa un diálogo más que con los que marcharon con aquellos de los otros, los que no marcharon porque no acuerdan, pero lanzan su mirada piadosa, y llaman al respeto, a la “atención”, dicen que no se puede dejar de prestar atención porque no puede ser tanta gente manifestándose y hacer oídos sordos.