José María y Rosa se conocen en la cola del supermercado y viven una apasionado romance. Él es albañil en la construcción de la vuelta; ella, empleada doméstica en la gran mansión de la esquina. Desde el mismo comienzo él tiene encontrones de chavón enervado, con el portero, personaje oscuro; con Israel, el enlace turbio del oscuro portero, ofuscadamente racista hasta el delirio; luego con el capataz a quien mata, hecho que sucede por detrás de la escena. Nos enteramos más tarde. Desde las primeras páginas la novela estará impregnada de un clima de tensión, violencia por momentos solapada como desde tras las escena, por momentos manifiesta abrupta y breve. En una salida de los patrones de Rosa, María, que así comenzará a llamarlo Rosa como extraña abreviatura para un varón –más extraña aceptación del varón mismo-, comenzará a incursionar por la mansión en repetidas visitas hasta que un día, los dueños adelantan su regreso y María queda atrapado en la mansarda, nadie lo sabrá y durante años vivirá como fantasma entre huellas, indicios y sospechas.

 

Por Enrique Del Percio

Estimada Mónica:

Nuestro amigo Mariano me solicitó que hiciera la reseña de su libro, y ahora que lo terminé creo que más que haberlo leído he dialogado con usted, por lo que si me lo permite quisiera continuar el diálogo a través de esta “carta abierta”, en todos los sentidos que hoy tienen para nosotros estas dos palabras. Es estimulante ver que aún se hace y se publica filosofía en serio, en tiempos en que algunos creen que el objeto de estudio de la filosofía es la filosofía y escriben papers tan aburridos como intrascendentes (eso sí: publicados en revistas con referato), mientras otros suponen que se puede hacer filosofía con el mismo rigor analítico que emplea mi tía Eduviges para pontificar –con más certeza que un taxista, pero sin tomarse el trabajo de leer ni los diarios– acerca de todos los problemas que aquejan a la humanidad.