Yo la bastarda, la ilegítima, hija del viento se decía por entonces, última de cinco hijos, familia de segunda, la no reconocida. A vestirse con las mejores pilchas ordenó mamá aquél día, con el temple de las mujeres de hierro, y nos arrastró al último adiós de aquél que no nos dio el estatus de familia, por aquellos tiempos en que los varones decentes sembraban sus semillas por los campos vecinos marcando territorio. Yo era por entonces una niña. No nos dejaban entrar, atrás, dijeron “familia ilegítima”, nosotros, los intocables;  al fin pudimos. No recuerdo si en ese momento fui consciente de la humillación o me fue creciendo luego, poco a poco, la víbora por dentro.

Clitemnestra: Señores jueces con sus bravas togas y pelucas, escuchen, no se confundan, abran  oídos, abran cabezas, que hay mucha materia para ordenar después de siglos de traspapeleo. Dormidos los cuerpos unos sobre otros en loca ebriedad hoy comienzan a mover los párpados para mirar entre las sombras. Escuchad la música que viene de las profundidades de la tierra y recorre el aire denunciando aguas turbias y hechos ocultos, hechos que se pretende que no fueron pero están allí como ojos de lobo en acecho.

 

Música de acordeón en diálogo con voz cantada sin palabras.

Coro de brujas - Mírenla…, lady Macbeth, que se lava, se lava… las manos.., no cual Pilato, como signo de abstinencia, lava para ahuyentar, para borrar la mancha, lava, lava.., una y otra vez. Lava del volcán cayendo, inundando, ríos teñidos, torrente que arrastra, agua, lava, barro, sangre, camalote, mezcla de elementos que arrasan, se llevan la vida. Voces que al tiempo se ahogan y claman.., ¿Perdón?... No perdón, apenas paz. Tantas manos que quieren lavarse, tantas manos sucias que quieren, o debieran querer. Mancha roja de púber violada, de virgen sacrificada al dios de los vientos para bendición de las naves, de soldado desconocido, asesinado por hermano, por primo, amigo, mancha de quien se matará de horror víctima del propio crimen. Mira, la mancha roja en sus manos que se extiende y le sube por la garganta y le ahoga la garganta; mancha que sube, baja y la envuelve como manto rojo hasta la asfixia.

Un nuevo contrapunto: protocolos

M- Martín Fierro es ya un objeto construido por diversas, sucesivas lecturas, interpretaciones, desvíos. Muchas fueron las voces que se levantaron y fueron a su turno respondidas: retrucadas, alabadas o condenadas. ¿Símbolo patrio o tipo singular? ¿Héroe o gaucho matrero? ¿Mito o antimito? Como una cebolla se ha ido moldeando por capas y capas de decires y retruécanos. Nuestro texto, ahora, trata de agregar un eslabón a eso que, aunque no guarde las formas de tal por lo disperso en el tiempo, es un largo diálogo sobre el Martín Fierro.

J- Es cierto, todo texto se completa de forma decisiva en su lectura, y éste cuya interpretación se juega en una serie de problemas o debates históricos, asume de modo más explícito o consciente ese enunciado; más que otros el Martín Fierro se produce y reproduce en ese vaivén entre el texto y la tradición de sus lecturas. Por eso en este nuevo diálogo se tratará de repensar y recorrer la distancia entre el texto y esa serie de lecturas: se trata –todo el tiempo- de ir del texto a sus lecturas, de éstas nuevamente al texto, buscando nuevos problemas, nuevas claves de interpretación.

M- Muchas son, en verdad, las opciones posibles de desplegar, pero todo diálogo se prende de una cuerda y presume algo de coincidencia y un poco de disenso. No se puede dialogar en el acuerdo total ni desde la diferencia absoluta. Desde estos presupuestos, armamos el marco de una conversación imaginaria que se cuelga de un discurrir por siempre inconcluso, expandido en el tiempo. Nos colamos, entonces, en la marea de este diálogo histórico con voz apenas audible, sin pretensión de originalidad, recordando más bien palabras ajenas, viejas polémicas. Y avanzamos en el trazado del contrapunto no sólo como una manera de rememorar y remover viejas lecturas y discusiones, sino de hacerlo además en el marco de una constelación de conceptos pertenecientes a la estética romántica: mito, épica, tragedia, héroe, identidad, destino. Pero el Martín Fierro es en principio también un concentrado de dicotomías cuya expresión emblemática acaso sea la de civilización y barbarie, síntesis abigarrada de una larga serie de oposiciones -sólo en parte equivalentes pero siempre vinculadas- de índole política, ideológica, social o literaria. Nos detenemos –para empezar- en esta última, un debate sobre el género, por cierto, muy imbricado de trasfondos políticos.


…. es Civilización y barbarie. La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna, (…) como quien abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América transplantando el árbol y destruyendo lo indígena…

                                                                                Arturo  Jauretche

Antes de comenzar

M- Hablemos de los motivos, de los disparadores. Ya mucho antes de leer o más bien de releer a Jauretche -tenía una primera lectura de juventud bastante soterrada- me rondaba la idea de seguir la deriva de la dicotomía sarmientina de civilización y barbarie en la certeza de que se trata de una idea madre que atraviesa toda nuestra literatura y nuestra historia social. Y no me refiero a los límites de la nacionalidad sino a todo lo que tiene que ver con la patria grande latinoamericana, sólo que en razón de la extensión aquí acotaremos el discurso a nuestra realidad cercana.  Señalemos también que nuestra otra conversación -sobre el Martín Fierro- también fue como una deriva que habría de desembocar  necesariamente en el tema; queda registrado en el título del último tramo. Pero aún podríamos preguntarnos por qué insistir en el tema, por cierto que se trata de un tema recurrente…

 

A mí no me lo contó nadie, lo pude vivir en cada gesto, en los vaivenes de la mirada, en los humores tornadizos de la Emilia, aquella que en el cuento no tuviera nombre, la intrusa nomás -la nombra-, Y ella que estaba plena de marcas singulares; invisibles –claro- para los ojos que no ven. Emi habló aquél día volviendo del mercado por el camino de la vera del río.

Antes y ahora, una y otra vez espuma, y nada más

–me pregunto sobre vos.

Se me fue pasando toda la mañana escuchando canciones de nostalgia

El grande  de Favio me pasea por todas la vidas de ese “nosotros” amplio y fragmentado que mira para atrás y va armando cañamazo.

El pasado nos tiende un farol para  alumbrar este presente empeñado en el sentido.

Pero acaso no quiera comprender sino sólo recordar y llenarme de memoria como me lleno de esa música saturada de aromas y sentimientos.  

De Piglia se puede hablar al modo de un “Piglia par lui meme”, un concentrado de pensamiento construido a partir de las palabras del propio escritor y los mechados de algún entrevistador; esas obritas de las Editions du Seuil, allá por los años sesenta o setenta.  Y esto porque Piglia cuando habla de los otros habla de sí mismo. ¿Qué es sino eso del escritor detective o el lector detective? Es el mismo Piglia por momentos desdoblado en los personajes de los que se ocupa,  un Erdosain, o algún oscuro personaje de su propia ficción: el comisario Croce, en Blanco Nocturno, o el polaco Tardewski en Respiración artificial

 

Lo trágico en la forma de absurdo es un absurdo sin estridencias, no hay llanto sólo  perplejidad. Por eso más que trágico es tragicómico. Pero el absurdo no es la noche donde todos los gatos son pardos, el absurdo se mueve dentro del marco de cierta lógica, este hecho es el que por momentos provoca risa: el hecho de que el absurdo se enmarque dentro de una lógica humana. Los guardias que parecen hacer sin lógica son bastante lógicos capaces de hacer evidentes las incongruencias en las palabras de K “Mira Willem, admite que no conoce la ley y afirma al mismo tiempo que es inocente”.

José María y Rosa se conocen en la cola del supermercado y viven una apasionado romance. Él es albañil en la construcción de la vuelta; ella, empleada doméstica en la gran mansión de la esquina. Desde el mismo comienzo él tiene encontrones de chavón enervado, con el portero, personaje oscuro; con Israel, el enlace turbio del oscuro portero, ofuscadamente racista hasta el delirio; luego con el capataz a quien mata, hecho que sucede por detrás de la escena. Nos enteramos más tarde. Desde las primeras páginas la novela estará impregnada de un clima de tensión, violencia por momentos solapada como desde tras las escena, por momentos manifiesta abrupta y breve. En una salida de los patrones de Rosa, María, que así comenzará a llamarlo Rosa como extraña abreviatura para un varón –más extraña aceptación del varón mismo-, comenzará a incursionar por la mansión en repetidas visitas hasta que un día, los dueños adelantan su regreso y María queda atrapado en la mansarda, nadie lo sabrá y durante años vivirá como fantasma entre huellas, indicios y sospechas.

Uno entra en el mundo de Kafka como en un mundo fascinante, fantasía más real que toda realidad: un castillo realmente existente, personajes del común, ni santos, ni criminales, un viajante de comercio, un agrimensor, un padre de familia. ¿Qué es lo que da a ese mundo su carácter fantasmagórico? Acaso no otra cosa que la devolución del asombro. Kafka no es un rebelde, pero Kafka no se deja domesticar, apuesta siempre una vez más a un orden utópico. Pero ¿por qué hablar de un orden utópico?. Habría que extraer de la palabra sus sentidos sepultados por los sedimentos del uso, decir por ejemplo, un orden que todavía no ha lugar, porque la literatura kafkiana no se diluye en la lógica de lo habitual, por el contrario actúa como una fuerza que la desmenuza y anula.