Ahora vino la muerte

No tan silenciosa, todo un estruendo sordo

De días apagados, presintiendo un destino

Ahora se me ha mostrado con toda su miseria

Con un mandato mudo de olvidar cada día

Como si varias velas se fueran apagando

O al revés un reborbotear de memorias dormidas

Un pibe de Fiorito, una pelota,

Desde el barro hasta el cosmos

en barrilete, la estrella que nos mira

Tanta felicidad desparramada

Elevando hacia el sur, como cometa.

Sureño hasta los huesos

Al fin llegó, que se la veía venir se la veía, y sin embargo, muchos se quedaron como en pausa, tiempo de verano, todavía de vacaciones, algunos se quedaron   varados fuera de casa, otros se apresuraron a salir,  no perder el finde, y  a la vuelta todo se embardó, las rutas saturadas, multas, broncas, opiniones encontradas…

 

Escuchando llamada ajena: estoy en la cola de la verdulería, faltan tres antes de mí, pero se demora, la cosa es que la gente compra mucho, habla mucho, compra por no quedarse desprovista y habla por compensación, por todo lo que tiene que quedarse muda en casa, por estar sola, por estar acompañada.  Porque..,  una es la mudez de la mudez, otra es cuando ya no te aguantas  y te vas al silencio.

Estaba que me adormilaba con el traqueteo, en un estado de abandono sin resistencia; más bien me complacía la marea del sueño que me abrigaba como un paño tibio. Son las cosas que en el tren se hacen posibles tras la monotonía del paisaje y el desgano de las horas, cuando los músculos se aletargan y la escucha se hace más alerta, momento propicio para cazar motivos, ese acechar la realidad para alimentar a la ficción, eterno sueño del artista.
Hoy murió Piglia lo dijo Mario Wainfeld en la radio y después lo vi en Página 12, se esperaba, me pregunto, pero no quiero saber, por eso no pregunto de su enfermedad: una rareza, una especie de saqueo en vida. Quedo conmocionada, vuelvo después de algunos días ausente, a los diarios de Renzi, ahora los leo distinto como de alguien que ya murió, es diferente

Antes y ahora, una y otra vez espuma, y nada más

–me pregunto sobre vos.

Se me fue pasando toda la mañana escuchando canciones de nostalgia

El grande  de Favio me pasea por todas la vidas de ese “nosotros” amplio y fragmentado que mira para atrás y va armando cañamazo.

El pasado nos tiende un farol para  alumbrar este presente empeñado en el sentido.

Pero acaso no quiera comprender sino sólo recordar y llenarme de memoria como me lleno de esa música saturada de aromas y sentimientos.  

¿Otra consideración intempestiva nietzscheana? 

                                    A  los aventureros, ebrios de enigma, a los que pudiendo adivinar odian el deducir, a los guerreros, a las serpientes.

            ¿Acaso yo no he escrito en todos mis libros más que sobre la vida? Ella la embaucadora, la hechicera, mi hipnotizadora, ella la sombra del caminante. No fue acaso, bajo su embrujo, que osé calumniar a la moral. ¿Amiga o enemiga? Ambas andaban sin embargo de la mano lanzándome miradas burlonas mientras yo me desangraba en el afán de enemistarlas, pero ellas eran carne de la uña, por momentos la carne urañada sangrante y doliente, por momentos una para la otra, coloreadas como saben los hombres pintar con colores brillantes sus tenebrosos cuentos de hadas.

11 de septiembre de 2011

Septiembre negro, setiembre, mes lleno de sucesos memorables, no porque merezcan la memoria sino porque ella es no prescindible, no se la puede eludir. Mes, también, de sucesos innombrables. La radio, empero que se apoya en las efemérides rememora, trae a presencia y ahora más que nunca cruza, combina, hibrida dos acontecimientos alejados si nos movemos en el espacio-tiempo reciente  11 de setiembre del 73, 11 de setiembre del 2001; ambos marcan virajes en la historia cercana, regional, latinoamericana el primero, cercana mundial, el segundo; virajes también en la historia personal.

Betina había amasado una buena fortuna, nunca se sabrá de cuanto pero es probable que fuera un monto considerable por cuanto se volvía cada vez más tacaña. No pocas veces, en su ausencia, lo comentamos entre nosotras, que a la hora de pagar ella nunca estaba o que no tenía efectivo, o que tenía que ir al cajero. ¿Y el cajero? nada…, ¡una cola..! También en su presencia, Iliana se animaba, claro que con indirectas, murmuraciones, algún gesto. Y ahora quería, Betina, que esa fortuna luciera de alguna manera y aunque en forma aún inconfesada para ella misma esperaba que le aportara cultura, formación, títulos sobretodo, algo tangible. Ella misma lo confesó en cierta ocasión en que estábamos especialmente melancólicas con nuestro futuro. Paula que no sé que voy a hacer de mi vida, y yo ni te digo, las cosas no andan nada bien con Mario. Todos comentarios por el estilo, nada precisos, la única que se deschavó fue Betina. Se había aparecido como de costumbre con sus botas de montar, su cazadora y sus veinte minutos tarde. Chicas les cuento me voy a doctorar. Hasta ahora me he dedicado a administrar mis tierras y lo he hecho bien, ustedes saben, ahora quiero que mi fortuna me luzca de otro modo. Necesito un título, ni me pregunten, como sea pero un título. Y sin embargo era bastante insegura por lo que en esos intentos siempre salía mal parada, y su cabeza comenzaba a dar vueltas interrogándose, a veces con justa indignación, porque el mundo no se rendía a su dinero.
Aquel día venía caminando unas quince cuadras porque entonces que vivía provisoriamente en el centro aprovechaba las cercanías, la de los lugares cercanos –aquellos a que sin duda se refería su amigo Gastón, cuando vacilando entre los barrios de Florida o San Telmo siempre terminaba inclinándose por este donde le quedaba todo más cerca. Pero ¿más cerca de qué? Esa era la cuestión que a veces los enfrascaba en una discusión inútil. Claro ejemplo de relativismo individual porque por cierto cada uno tiene sus cercanías y lo que es cerca para uno es lejos para otro como bien entendían ya los griegos desde tiempos ultraremotos. Con su amigo Gastón siempre estaban en esas; nunca coincidían, al menos en eso de definir distancias. En todo caso ella quería ahora aprovechar estas cercanías momentáneas, diferentes de las habituales; como que la ciudad se le había invertido y ahora todo era al revés de antes.

 

Después del diluvio o bien después de la erupción volcánica porque no es el agua que te inunda pero vivifica sino el fuego que arde y quema. Ni una gota de nada, me siento seca. Y si nos preguntamos por el hondo sentido de la palabra. “Mudanza”. El mismo exacto de lo que dice, mudanza, cambio, no como el movimiento evolutivo del capullo, sino revolución, inversión del giro, temblor de tierra. Y uno que pensó que tan sólo era un cambio de casa.

Y ella, que tan afrancesada, de chica odiaba el inglés; mamá que dale con los idiomas, con el inglés sobretodo -cuestión de generación, la cultura pasaba por los idiomas- y le vaticinaba un destino come el de su amiga Cholita, profesora diplomada y del propio Lenguas Vivas, era lo más que podía aspirar. Pero a ella no, a ella no le fascinaba lo de los idiomas; con el francés se vacilaba no por el idioma, que al fin no era más que un canal, apenas un pasadizo hacia la sustancia en sí, la historia, la literatura, la misma cultura francesa, la de los clásicos, luego, los “malditos” poetas, luego un Marcel, un Sartre.