Populismo y orden del discurso

En un momento estuve a punto de titular esta ensayo “Defensa del populismo” luego desistí, pensé que si bien ese era el punto de partida en el título debía reflejarse un punto de llegada. Algún motivo quería hacerme  rebobinar para dar con aquello más originario por lo que tenía que hablar de populismo, la demonización del hecho maldito. Maldito por ser el depositario de todos los males, demagogia, corrupción, ilegalidad, despilfarro, intervencionismo estatal. Se le adjudica a cualquier tipo de gobierno desde la izquierda a la ultra derecha xenófoba, aún cuando estos sean lo diametralmente opuestos.  Tanto es así que Chantal Mouffe quien junto a Laclau es una de las más importantes teorizadoras del tema está comenzando a hablar para mejor delimitarlo, de populismo de izquierda.  Presentado como una amenaza, esta mirada negativa que intenta confundirlo en la noche en que todos los gatos son pardos, busca sin duda demonizarlo para borrarlo del espectro de posibilidades  y mantener como única opción el neoliberalismo

En un momento estuve a punto de titular esta ensayo “Defensa del populismo” luego desistí, pensé que si bien ese era el punto de partida en el título debía reflejarse un punto de llegada. Algún motivo quería hacerme  rebobinar para dar con aquello más originario por lo que tenía que hablar de populismo, la demonización del hecho maldito. Maldito por ser el depositario de todos los males, demagogia, corrupción, ilegalidad, despilfarro, intervencionismo estatal. Se le adjudica a cualquier tipo de gobierno desde la izquierda a la ultra derecha xenófoba, aún cuando estos sean lo diametralmente opuestos.  Tanto es así que Chantal Mouffe quien junto a Laclau es una de las más importantes teorizadoras del tema está comenzando a hablar para mejor delimitarlo, de populismo de izquierda.  Presentado como una amenaza, esta mirada negativa que intenta confundirlo en la noche en que todos los gatos son pardos, busca sin duda demonizarlo para borrarlo del espectro de posibilidades  y mantener como única opción el neoliberalismo

Más allá, sin embargo, de estos ensayos y descalificaciones que hoy día en América Latina se muestran peligrosamente efectivos a través de instrumentos varios: mentiras, calumnia, destitución, planes Cóndor en sus nuevas versiones, golpes blandos, usurpación, creación de gobiernos paralelos,  y ahora con palabras nuevas, importadas, lawfare, guerras judiciales, mediáticas, hace falta ahondar en su verdadero sentido.   

El término apareció por primera vez en la Rusia de fines del siglo XIX para nombrar al movimiento socialista vernáculo, de tendencia antiintelectualista para quien el campesino más que el proletariado era el sujeto de la revolución y eran los militantes socialistas los que tenían que aprender del pueblo en lugar de considerarse sus guías.

        Más tarde populismo fue utilizado en casos diversos con una clara connotación peyorativa, ya no designando un movimiento sino una ideología del resentimiento que movilizando los sentimientos irracionales de las masas atentaría contra el orden social injusto impuesto por una clase dominante, depositaria del monopolio del poder, la propiedad y la cultura.

Pero nos interesa aquí el particular uso y sentido que adquirió  a partir de los 60 y durante todos los 70 para designar los movimientos reformistas del Tercer mundo en América Latina como el varguismo, el cardenismo y sobretodo el peronismo. En el ambiente académico, influido sin duda por toda la tradición positivista de fines del XIX, si bien se valoraba la expansión que estos gobiernos traían de nuevos derechos para las clases bajas, se mantenían fuertes reparos en relación a un difuso calificativo de irracionalismo y  al tipo de liderazgo donde más que lo institucional predominaba la relación carismática de índole personal y emotiva. En general el término tenía una clara connotación negativa centrada en el menosprecio de la relación líder-masas.

Avancemos entonces en el despejar la bruma para dejar a la vista lo esencial, aquello propio que impide confundirlo con aquello que no es. Lo haremos desde Laclau quien junto a Chantal Mouffe son los que mejor han teorizado sobre populismo. En primer lugar para hacer una presentación de lo que realmente es, y luego para confrontar con otros enfoques y evaluar, en que medida lo que el propio Laclau llama la razón populista -y el acento puesto en ésta despeja cualquier sospecha de irracionalismo-  es más apta para interpretar las formaciones políticas de nuestra región latinoamericana.

El punto de partida de Laclau es la pregunta de cómo se construye un pueblo, cómo se crea una identidad popular, pregunta que en su desarrollo hará visible una clara sinonimia, con operación hegemónica, , identidad popular y por cierto con populismo y política, todos ellos significantes claves para el abordaje del país y la región.

Desde una lógica populista Laclau explica entonces como se construye hegemonía, operación equivalente a la construcción de un pueblo. En toda sociedad existe un cierto número de  demandas particulares que en general son tratadas aisladamente y finalmente son absorbidas por las instituciones. Otras en cambio  quedan insatisfechas y cuando llegan a un cierto número pueden constituir una cadena de equivalencias y concentrarse en una demanda que funciona como significante vacío y puede ser llenado con cualquier consigna. Esto es lo que Laclau llama articulación política  ya que las demandas encadenadas no se inspiran en ningún concepto, no tienen nada en común, irrumpen a través de un acontecimiento, un acto político, que delimita un grupo y establece una frontera que lo separa del Otro en una operación de homologación de lo heterogéneo (ruidazo). Es como aquello que se expresa en la frase “no los une el amor sino el espanto”, o sea, la oposición al Otro, sea este la oligarquía, el sistema, el neoliberalismo. Carece de definición, y sufre de cierta ambigüedad; se trata de un punto negro, algo de lo inasible, de lo inefable, un  significante vacío que puede sin embargo ser llenado con un significado en el gesto de nombrarlo. Esta operación hegemónica de homologación de lo diferente a través del acto de ser nombrado, pertenece pues al orden del discurso.

Lo interesante de este enfoque de raigambre claramente gramsciana en tanto aborda el tema de la construcción de hegemonía, es que se aleja de todo tipo de esencialismo, no hay nada previo a esta operación hegemónica, no hay un pueblo preexistente sino que este es constituido en la marcha de esa misma operación como producto de articulaciones políticas contingentes que trazan fronteras delimitando dos campos antagónicos también móviles en un estado permanente de desplazamiento y rearticulación. Hegemonía que no se instaura a través de una alianza de clases sino ideas, convicciones, valores comunes que componen un imaginario colectivo.

Este alejamiento de todo esencialismo pone en diálogo y confronta esta mirada con otros enfoques como el del  marxismo clásico  permitiendo ver en que medida es más apta para analizar y comprender los fenómenos populistas en América Latina a la vez que tomar distancia de ciertos conceptos en que se empantanan esos análisis.  En primer lugar el concepto de clase que en tanto definida por su inserción en el proceso productivo  adolece de movilidad y estaría como fijada en una posición. Nada más alejado de la idea gramsciana de guerra de posiciones que el determinismo oculto en este concepto de clase que por añadidura encerraría la idea de un sujeto de la historia y un destino a realizarse en una marcha dependiente de leyes necesarias. Así como no hay pueblo sino algo a construir en movimientos contingentes y con configuraciones inestables, tampoco hay sujeto privilegiado que realice un destino, ni determinación en ultima instancia, por la economía, de la marcha de la historia. Sólo hay demandas insatisfechas que se articulan políticamente y conforman una voluntad colectiva que no depende de su posición en la estructura económica sino de su ideología o al menos no sólo de esta sino de una serie de factores  que hacen a su condición subalterna, relaciones de dominación colonial, diferencias étnicas y el conjunto de creencias, valores, que constituyen su acerbo cultural, toda una historia que hace a la construcción de un pueblo y no sólo historia porque  éste se constituye en un  movimiento constante, permanente y contingente.

Ideología, entonces,  no entendida en sentido marxista de falsa conciencia o superestructura reflejo de la infraestructura económica, sino como la verdadera materialidad que se encarna en aparatos e instituciones y que sueldan la unidad del bloque histórico. Así nos alejamos de la clásica relación estructura-superestructura y determinación en última instancia que tantos rompecabezas ha provocado para el análisis de sociedades en desarrollo.

           Nos hallamos en una escena de contingencia histórica así como no hay sujeto de la historia, ni determinación en primera instancia, tampoco tienen lugar  nociones como  modo de producción que fijaría la historia social en estadios evolutivos, ni se puede hablar de una clase que tome el poder sino un pueblo que deviene poder como dice Gramsci. En términos de Alexandre Roig, no se trata de sustituir un poder por otro sino sólo de desplazar ya que no hay telos ni punto final, sólo una permanente movilidad. Una fuerza puede ser vencida pero nunca anulada.

           Aquí parece necesario hacer una referencia a la dialéctica. Es el mismo Roig que habla de crisis de la dialéctica y de su lógica de la sustitución. La dialéctica ya no más -entiende Roig- porque no hay conciliación ni superación. En efecto si en el campo de lo social, se da una movilidad incesante no hay posibilidad de cierre y superación. Sin embargo, no por eso hay que descartar de lleno la dialéctica porque esta misma puede estar afectada por esa misma movilidad. Si lo social pertenece al orden del discurso debe estar entonces la dialéctica en tanto método de aprehensión tocada por esa misma posibilidad de metamorfosis. Es preciso resignificar el concepto,  acaso volver a su sentido primigenio entre los griegos donde más que a un proceso de síntesis y superación refería a un juego de fuerzas en pugna, agonismo como sentido originario de la dialéctica nacido en la institución guerrera como práctica o juego de argumentación.  Sin duda uno de los contrincantes era vencido en la contienda pero no anulado pues siempre era posible recomenzar.. Aún en la misma contienda entre el amo y el esclavo no hay punto final porque no se termina con el exterminio del adversario sino con el reconocimiento, estamos a nivel del discurso, algo queda disponible para su reversión, para su desplazamiento. Por lo mismo parece inacertado hablar de grieta, al menos en el sentido que se le da hoy día porque no se trata de algo fijo y estático sino de fronteras móviles que se remodelan o resuelven en el mismo movimiento permanente que las delimitan. En esto precisamente consiste la política, en ese juego agonístico permanente al cual el conflicto le es consubstancial. La ausencia de conflicto, por el contrario, su clausura o la fe en su superación, darían lugar  la muerte de la política. Los últimos acontecimientos de Chile son un buen ejemplo de la imposibilidad de enmudecer las voces y sofocar el conflicto pues este es el motor de lo social que acaso se lo pueda postergar pero nunca disolver.

Dialéctica entonces abierta, espiralada, que nunca cierra, al decir de Adorno, dialéctica negativa, para la cual el todo es lo no verdadero. No hay telos ni destino a cumplir, en lugar de lógica de la superación, lógica de las equivalencias para la cual el sentido de lo social se forja a través de articulaciones hegemónicas no garantizadas por ninguna ley de la historia. Lo social adquiere sentido a través del acontecimiento que lo nombra, sea este el día de la lealtad,  las patas en la fuente, el calificativo de descamisados, el vamos a volver, toda una épica hecho de cánticos y relatos.

Si no hay un punto de partida fijo ni un telos hacia donde se apunta, se desvanecen también los resabios sustancialistas de posmodernistas y pospolíticos que hablan de descentramiento del sujeto pues no hay sujeto a descentrar. En clave foucaultiana, estamos a nivel del discurso, al igual que en la lengua la tela de lo social no se define por atributos  sino por relaciones de diferencia.

          En esto consiste la construcción política de un pueblo, o lo que es lo mismo la  operación hegemónica cuyo resultado es siempre inestable ya que esa entidad “pueblo” puede por momentos diluirse en la anomia de “la gente”. Completando la sinonimia de la que hablábamos esta construcción es también lo que entendemos por populismo, no la ideología de un grupo preexistente sino una de las formas de constituir la unidad  y aunar voluntades bajo una consigna consagrando el acontecimiento con la palabra que lo nombra

Se plantea aquí la cuestión de la materialidad ¿se trataría de un nuevo idealismo por esa prioridad dada al orden del discurso? ¿Hacia dónde nos inclinaríamos frente a la alternativa,  la “única verdad es la realidad” o no hay verdad y todo es interpretación; todo está a nivel del significante? La pregunta clave es donde reside la materialidad.  Roig prioriza lo material de los cuerpos, pero “cuerpos” no son una abstracción separados de la idea, del habla, del pensamiento. ¿Lo real no es acaso un agujero negro, como punto de desemboque de una multiplicidad que no halla la unidad, por tanto indeterminada? La frase “la única verdad es la realidad” encierra una trampa porque no sabemos que es la realidad ni por tanto que sea la verdad. En este contexto adquiere importancia lo político, confrontación de partes no beligerante, agonismo marcado por la vaguedad e imprecisión, movilidad permanente e inacabamiento, desplazamiento de fronteras y reconfiguración de demandas en dirección a la unidad.

          La heterogeneidad de la que se parte no es, sin embargo, lo opuesto a la unidad sino la condición necesaria para que   demandas dispersas se encadenen entorno a un significante vacío,  pero abierto a recibir  significados flotantes. Su  carácter vacío no es signo de un subdesarrollo ideológico o político; vaguedad e imprecisión pertenecen a la naturaleza de lo político. El juego que da nacimiento a un pueblo consiste precisamente en ese trazado de fronteras, fruto de un  movimiento permanente de reconfiguración de demandas; esto es precisamente lo que da a la lucha un carácter político. A diferencia del socialismo, no se distingue entre luchas económicas y políticas; todas ellas son políticas  y esto es lo que hace que el pueblo sea constantemente reinventado. A diferencia de lo sostenido por el  marxismo las identidades políticas no dependen de su posición en las relaciones de producción porque nunca son anteriores a su articulación discursiva No hay sustancia pueblo sobre la cual luego se imprima una ideología que le es consustancial. Pueblo e ideología se construyen discursivamente en las prácticas   agonísticas y se consagran en el acontecimiento que lo nombra, que articula sus demandas en lazos contingentes e inestables; por esto la dialéctica siempre abierta y negativa en términos de Adorno, no tiene el momento de la superación.

Tampoco se cierra esta operación en la pura  aprehensión conceptual, implica también esa dimensión afectiva, tan cara al populismo. Pasiones, identificaciones, lealtades, son los componentes básicos con los que se conforma el armado populista que no es del orden de lo “material” sino del orden del discurso, -salvo que como es el caso entendamos el discurso como la verdadera materialidad-  y por ello mismo se funda en mitos, relatos, consignas, cánticos, producto  de la creatividad colectiva.  ((((Favio, peronismo es un sentimiento))) Es este imaginario social el que no sólo da lugar al nacimiento de un pueblo sino que a la vez lo sostiene en su existencia.

Y aquí me interesa traer a colación un concepto de Harari en De animales a dioses. Toda cooperación humana a gran escala, nación, iglesia, está fundada sobre mitos comunes que sólo existen en la imaginación colectiva. “No hay dioses en el universo, no hay naciones, no hay dinero, ni derechos humanos, ni leyes, ni justicia fuera de la imaginacion común de los seres humanos”. Los primitivos cimentaron su orden social en creencias, fantasmas, espíritus, y así lo hacen nuestras instituciones.  Mitos, relatos, canciones, tienen la función de persuadir y cuando esto ocurre confiere un poder inmenso porque permite a millones de extraños cooperar y trabajar hacia objetivos comunes. La realidad imaginada no entra en la lógica de falso-verdadero  sino en la de una voluntad de comunidad, de aquello que es posible dentro de un código común y en tal sentido crea un imaginario colectivo de un gran poder persuasivo.

Como definir en esta coyuntura ese trabajar y cooperar para el bien común. Cómo visualizarlo en los acontecimientos últimos, cómo ir hilvanando. El trabajo contrahegemónico realizado por la derecha ha producido un escenario desangelado en claro contraste con la épica de la década kirchnerista. Si bien también se mueven con consignas y símbolos que pretenden encerrar promesas de felicidad,  todo no es más que bruma, simulacros que buscan convencer por la sola fuerza de la repetición aún cuando la realidad sea su exacta contradicción. La diferencia esencial es que estas expresiones vacías no provienen del pueblo, sino de los propios gobernantes, un equipo que pretende confundirse en el “juntos podemos”. Del lado del campo popular si bien en un principio se fue degradando la fe, se fue apagando el fervor y el entusiasmo, no es verdad que no se haya construido resistencia. Si bien a nivel institucional –sindical- se ha observado apatía y vacilación, a nivel de la reacción espontánea se han manifestado altos grados de efervescencia. Por cada reclamo una movilización y en cada movilización se han encadenado variedad de reclamos: por las tarifas insostenibles, por el cierre de escuelas nocturnas, por la desnutrición infantil, por cierre de pymes y comercios. Panazo, verdurazo y las consignas en la calle son de todos los colores, la patria está en peligro, unidad hasta que duela. Pueblo se va formando en la medida en que crece la homogeinización de las demandas pero no sin el armado de un relato sazonado de mitos, ideales, consignas, canciones, bailes, fiesta hasta en el dolor,  en que se va forjando un imaginario colectivo. Así como es necesario la producción de bienes materiales para la reproducción de un formacion social, así es necesario como dice Foucault la producción de bienes espirituales, valores, relatos, mitos. En el terreno de la política, la verdadera materialidad está en el discurso y la batalla entonces es cultural.

Conclusión

Comenzamos exponiendo la necesidad de una defensa del populismo para lo cual había que empezar por decir lo que no es. Y en tal sentido decíamos, no se trata de irracionalismo sino de un lógica diferente, no se trata de demagogia ni autoritarismo como dice la derecha en su intento de descalificarla, oponiéndola a democracia, sino por el contrario de verdadera democracia en tanto es resultado de confrontación agonística de pares. Por lo mismo, no se trata de ideología sino de esa forma de conformar la unidad, en un armado hegemónico que consiste en la unificación de demandas. Dijimos también que ante las frecuentes tergiversaciones de su verdadero sentido Chantal Mouffe propone, y aquí agregamos que coincidimos plenamente con ella, en acuñar la expresión populismo de izquierda para diferenciarlo de otras propuestas de carácter nacionalista xenófobo. El populismo cuyas últimas caracterizaciones aquí expuestas tienen su origen en gobiernos latinoamericanos del siglo XX, nada tiene que ver con aquellos también llamados populismos destacados por su clara raigambre de derecha conservadora.  Algunas voces dicen que los téminos de derecha e izquierda están perimidos y ya no pueden reflejar nuestras diferencias por lo cual urge la creación de nuevos conceptos. Sin embargo, lo mismo que afirmamos respecto a la dialéctica y en el contexto de este punto de vista  que privilegia el orden del discurso, es de considerar la posibilidad de una resignificación también para lo que se entiende por derecha e izquierda. Hoy día y aquí, Latinomérica, tercermundista, la izquierda alejada de  orientaciones clasistas e internacionalistas debe alinearse dentro del campo popular y latinoamericanista o tercermundista e incluir en sí reivindicaciones de otros movimientos como los de defensa de los pueblos originarios / reivindicaciones indígenas, el feminismo,  la defensa del medio ambiente. Palabras móviles para realidades siempre cambiantes y movimiento incesante para la construcción y permanencia  de un pueblo.

La importancia de resignificar a la izquierda radica en que el binomio derecha e izquierda puede ser entendido en un juego de equivalencias como los dos polos del antagonismo, campo popular y antipopular. Ambos polos, sin embargo no remiten a ideologías enfrentadas sino a significantes móviles que se van llenando de contenidos según el momento histórico. Si la izquierda antes, propugnaba la lucha proletaria para la toma del poder hoy puede propugnar las luchas de movimientos sociales varios, feminismo, ecologismo, piqueteros, demandas particulares que forman la cadena de equivalencias y que no buscan tomar el poder o sustituir sino desplazar. El ¿qué es de izquierda hoy? debe responderse atendiendo a la premisa de que lo social, en tanto pertenece al orden del discurso, es un terreno móvil, inestable, en devenir y del mismo modo los conceptos que lo nombran. 

Por último y siguiendo la deriva de estos razonamientos, ya no más hablar de revolución, tampoco de evolución porque el escenario es el de ese fluir incesante donde ninguna derrota o conquista es definitiva. Ya lo hemos vivido, hay vuelta atrás, la hubo, ley de medios, garantías individuales. Nos movemos en un permanente vaivén, oscilación de  péndulo entre el campo popular y el de los poderes concentrados. Ninguna conquista de derechos es irrevocable  ¿cómo hacer para no perderlos? Necesidad de organización e institucionalización. Las palabras las teníamos ya en el título de Perón La comunidad organizada, hoy la tenemos en boca de muchos, hay que ordenar la nación, Macri desordenó todo.

Este ordenar implica historizar ya que M deshistorizó hasta el punto de reemplazar próceres por animales. Pueblo es una construcción colectiva e histórica no una abstracción del lenguaje jurídico. No se trata de un deber ser sino de una formación histórica producto de una experiencia. Posible también resignificar, historizar el concepto de clase en función de los conflictos raciales, identitarios, otros.

Historizar por otra parte, es el complemento, el instrumento primero del politizar, necesidad de colocar a la política en primer plano, uno de cuyos ingredientes es precisamente historizar el conflicto, descubrir su punto de procedencia y sus desarrollos, los antagonismos que se perfilan y expresan en la contienda agonística y que no se disuelven en el sugerido consenso de la pospolítica sino que se motoriza en la misma arena política permanentemente reavivada.

 

          Por lo mismo que negamos todo esencialismo, y entendemos que la generalización de la política supone el reino de la contingencia descartamos la posibilidad de hablar de grieta ya que las fronteras trazadas deberían ser siempre móviles. ¿Qué decimos entonces del binomio peronismo-antiperonismo?  ¿Hay una esencia peronista? No, no hay esencia porque se trata de un significante vacío que se va llenando, transformando, actualizando. Pero es lícito entonces hablar de peronismo versus gorilismo. Sí porque no se trata de tesis o ideologías sino de identidades Lo que hay son banderas, relatos, mitos que nada tiene que ver con falsedades porque el mito no entra en la dicotomía falso-verdadero, es una creación colectiva que existe al nivel del discurso donde se da la verdadera materialidad resultado de ese trazado de fronteras que crea subjetividades que se constituyen y reafirman a través de acontecimientos signos en el momento mismo de ser nombrados. Por tanto no hablamos de grieta sino de conflicto que se articula políticamente creando bandos identitarios que se definen por banderas símbolos, relatos, mitos, todo aquello que compone un imaginario colectivo.

          Sin embargo este carácter vacío del significante y su extrema movilidad no debe autorizar un movimiento más allá de sus banderas y consignas básicas al punto que se confundan los dos bandos. La elasticidad lingüística no debe comprometer lo inalienable de las convicciones, el peronismo no puede devenir neoliberal ni viceversa; el peronismo, identidad de un pueblo de puertas abiertas fundado sobre la oposición descamisados-oligarquía no puede equipararse a ideologías xenófobas de exclusión. Hay por tanto contenidos y simbologías básicas que no pueden ser traicionadas: redistribución, igualdad, inclusión, solidaridad, suma de derechos.

           Para terminar y retomando palabras de Frei Beto, hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores, urge entonces la tarea de realfabetización política. rehistorizar, repolitizar, sabiendo que no hay continuidades, la política es un permanente reahacerse, crear nuevos relatos, nuevas banderas, nuevas utopías.