Renacimiento de la política



Como lectura de ciertos acontecimientos-signo de nuestro aquí y ahora, en especial en la Argentina y por extensión en Latinoamérica, tratamos de conformar dialógicamente un concepto de política y de determinar en que medida estamos hoy ante su renacimiento entendida en una modalidad diferente de la tradicional. Para ello entramos en  conversación con escritos de Laclau, Ranciere, Mouffe, Badiou, entre otros, no para adherir sino para poner en debate y ensayar  una interpretación  de la escena que recoja y amplíe el espectro de las interpretaciones. Con el objetivo de interpretar la historia reciente de Argentina y Latinoamérica tratamos de abordar el concepto de populismo. En primer lugar para ver si a través de él podemos entrar en diálogo con el pensamiento clásico Marx, Foucault, y algunos nuevos abordajes Rancière, Badiou y en especial Laclau-Mouffe componiendo  en una especie de collage el tema de la construcción de pueblo y hegemonía. En estos momentos en que han surgido procesos varios de potenciación del juego político en el marco de lo que podemos nombrar como populismos esta ponencia intenta pensar en torno a ellos. En primer lugar para  definir populismo estableciendo diferencias y semejanzas incluyendo una clara sinonimia con otras nociones como construcción de un pueblo, operación hegemónica, y la noción misma de política, ciertamente, en una nueva versión. En segundo lugar con la intención de desdemonizarlo en estos tiempos en que con el fin de degradarlo se lo confunde con procesos que se hallan en las antípodas  y sólo se los distingue adjuntándole el calificativo “de derecha” o bien hablando llanamente de populismo y  mezclando todo en un mismo saco.

Los signos en la calle

La celebración del bicentenario arrojó el pueblo a la calle, no vino sólo, vino con su pasión, sus banderas, su fervor para entonar  sus himnos y energizar sus marchas. En un movimiento inesperado no articulado por palabra  salió desde todos los rincones, con gesto insolente emergió del entre los adoquines como el pasto bárbaro que asustara a nuestro Martínez Estrada. Toda la energía festiva se dio cita en el encuentro como gesto testigo de un querer que rubrica una voluntad de pertenecer. He aquí el acontecimiento-signo  del que queremos hablar.

Un acontecimiento aún cuando se de en un momento puntual no es reductible al hecho material relativo al instante en que se produce sino que es el emergente visible de todo un proceso que se ha venido gestando en forma a veces paulatina a veces acelerada y este es el caso. Se trata de un proceso que se ha venido desarrollando desde el 2003 con la asunción de Kirchner, un gobierno que comenzó con una adhesión del 24 % y que luego ha ido creciendo, decreciendo y vuelta a crecer para adquirir ahora una visibilidad especial a través de la celebración y después….

Y nos preguntamos, entonces,  ¿qué es aquello que se plasma en este proceso, que es lo que este proceso produce? Que es lo que se visibiliza, de qué cosa es esto signo?   De eso queremos ocuparnos, de hacer un poco de historia, de historia reciente.  Remontarnos a ese 2003, o 2002 cuando habíamos tocado fondo: desocupación, default, corralitos y corralones, cacerolas y víctimas de la represión; el infierno en que nos hizo desembocar años de neoliberalismo, todos esos factores económicos que tuvieron como efecto un reflejo en lo ideológico, en el espíritu de la época; la política banalizada, confundida con el espectáculo, la consagración del ser en tanto consumidor, la fe en la regulación por el mercado, la fe en la prescindencia del Estado, la voluntad de un Estado garante de los privilegios. Hay que comenzar por ahí para comprender que es lo que ahora comienza a renacer.

Para tal fin voy a caminar sobre las huellas de lecturas de Laclau, Mouffe, Ranciere,  no para adherir sino para tenerlas como piso u horizonte sobre el cual entablar un diálogo fructífero, tenerlas como marco para leer nuestro presente, considerar si no estamos hoy en Argentina –y como veremos no sólo aquí sino también en países vecinos- presenciando un renacimiento de la política, considerar si  el acontecimiento del que hablábamos no es signo de este renacer, uno de sus signos, discurrir también sobre qué es política.

Tangencialmente y para contrastar o en algunos casos señalar las semejanzas haremos referencia a algunas concepciones de lo político que se hallan actualmente en debate. En primer lugar la de Habermas quien poniendo todo el acento en la argumentación racional como vía de consenso espera con ello lograr la total transparencia de una comunicación sin interferencias.  En contraste diferentes representantes de la teoría del desacuerdo convergen en exponer una noción  de lo político en tanto espacio vacío, agujero negro donde la conciliación es imposible. Así por ejemplo, contra la idea de transparencia Lyotard propone la idea de diferendo, un punto ciego en que las partes no pueden entenderse. De un modo similar Rancière habla de desentendimiento, malentendido, término de difícil traducción que habría que entender como resultado de la falta de un código común por lo cual las partes no comprenden de la misma manera la misma cosa. Poniendo el acento en la desigualdad Rancière subraya el hecho de que el esclavo, el dominado no posee el lenguaje, no puede expresarse, de ahí que la práctica política consista en hacer visible lo que no se ve, dejar ver lo que no podía ser visto, visibilizar, hacer oír un discurso que era puro ruido. Más allá de la idea de acuerdo o desacuerdo y desde una perspectiva que valora el acontecimiento y el nombre que lo nombra como instancia decisiva,  Badiou complementa los planteos de estos últimos desde una posición que considera que la política comienza cuando se propone no representar a las víctimas, actitud en la cual el marxismo en algunas de sus versiones se queda empantanado, sino ser fiel al acontecimiento en que ellas adquieren presencia, se visibilizan, se fiel también,  a la palabra que las nombra.

Pero enfocamos en primer lugar en Laclau porque su análisis de la razón populista, en el libro así titulado, permite abordar y comprender el momento actual en su singularidad y en su vinculación con otros procesos latinoamericanos. De su argumento interesa particularmente la sinonimia establecida entre populismo,  política, construcción de un pueblo y otras expresiones y conceptos -identidad popular, operación hegemónica- que forman parte de una constelación de significantes todos los cuales parecen cumplir un rol relevante para el abordaje de este momento de la Argentina y de otras naciones latinoamericanas.

Cómo se constituye un pueblo.

Comencemos entonces con la pregunta que se halla a la base de todo el desarrollo  ¿Cómo se constituye un pueblo, cómo se traza una identidad popular? Digamos que no se trata de algo preexistente; pueblo, identidad colectiva, es algo a construir. Este punto de vista supone rechazar  tesis que rotuladas ya de posmodernistas, ya de pospolíticas, sostienen el descentramiento-desvanecimiento de un sujeto que, hay que reconocer, bien se merece ese destino en tanto sustrato de viejas concepciones sustancialistas. Sin embargo, el sujeto que es sujeto político, que es sujeto colectivo, no puede desvanecerse porque es algo a construir. Completemos la idea subrayando, en clave foucaultiana, que estamos a nivel del discurso, que lo social tiene al discurso como terreno sobre el que se constituye la objetividad, que es la práctica discursiva en efecto la que teje la tela de lo social que al igual que la lengua se define no por atributos positivos sino por relaciones de diferencia. Señalemos que por igual razón tal  objetividad no entra en las categorías de falso-verdadero.

Frontera, relato, nombre

Una de estas formaciones discursivas es el populismo donde adquiere relieve la cuestión del relato y del nombre. El relato –entiende Laclau-  debe comenzar refiriendo a la totalidad ya que es en ella donde se da la significación; le sigue luego el establecimiento de una frontera interna. La delimitación de un grupo supone marcar la diferencia que lo separa del Otro, una diferencia no neutral sino resultado de una exclusión, supone una clara separación de un “nosotros” de un “ellos”, y por sobretodo un motivo de cohesión entre los miembros del grupo “nosotros”. ¿Cómo se constituye la cohesión? Está vendrá como producto de un proceso consistente en que una serie de demandas particulares, aisladas y que por lo general son satisfechas –Laclau las llama demandas democráticas- comienzan a quedar insatisfechas lo que hace que se aglomeren con otras también insatisfechas en una relación de equivalencias por lo que pasan de ser demandas democráticas a ser reclamos populares y se constituye un grupo. 

El grupo se cohesiona a través de ese rasgo común, que puede no tener ningún contenido positivo, ser tan sólo relación de oposición al “Otro” pues proviene de esa operación de homologación de lo heterogéneo y de unificación de lo múltiple. Pero lo que importa señalar es que ese grupo que es parte, asume la representación de la totalidad la que a su vez por ser imposible e inconmensurable pasa a ser algo del orden del significante vacío que se llena con cualquier significado flotante y ahí aparece la palabra que da nombre a un acontecimiento. En esto consiste la construcción política de un pueblo, de una identidad popular, a esto se llama operación hegemónica. Se trata de una instancia permanentemente móvil, inestable, pues la entidad “pueblo” puede por momentos diluirse en la anomia de “la gente”. Esta construcción es también lo que entendemos por populismo, no la ideología de un grupo preexistente sino una de las formas de constituir la unidad del grupo y las relaciones entre sus miembros que se delinea en un discurso, en un relato de cómo lo social debido a la unificación de las demandas ha dado lugar a una frontera interna que ha dividido en dos campos antagónicos dando lugar al surgimiento de una identidad popular. Este ha sido el caso del primer peronismo, donde se ha hecho evidente que no hubo una ideología previa que a posteriori hizo carne en un grupo sino que la construcción de un campo popular es contemporánea de la constitución de una identidad colectiva que separa en dos campos y que nombra, que coloca en relación de oposición pueblo-oligarquía, descamisados-oligarquía. En el caso de el kirchnerismo, esta claro también -y volveremos sobre ello- que fue el, los, gobiernos k que reflotaron una serie de demandas que se hallaban dormidas contribuyendo de ese modo a la separación en dos campos antagónicos.

         Para mejor delinear la noción de populismo vale detenernos en algunas diferencias. En primer lugar, como una simple especificación de lo antes dicho, Laclau  distingue dos maneras de construcción de lo social. Una de ellas – es el caso de las democracias formales- en el marco de lo que él llama una lógica de la diferencia apoyada en la afirmación de la particularidad. La otra, en el marco de una lógica de la equivalencia claudicando las particularidades y destacando lo que éstas tienen de equivalente, lo que tienen en común; es el caso del populismo. En segundo lugar y en un orden más conceptual distingue Laclau dos formaciones discursivas. La institucionalista que identifica  la “nación”  con la “comunidad”. Y la populista que divide a la sociedad en dos campos antagónicos considerando al “pueblo”, como menor en magnitud a la comunidad, y sin embargo como la única totalidad legítima por lo cual va a hablar de totalidad fallida.

Lo que falta entonces es determinar como se forman los polos antagónicos, esto es como se identifica al Otro. Mouffe siguiendo a Schmitt habla de la dupla amigo-enemigo; evitaremos esos términos para no caer en malas interpretaciones pues justamente lo que sostiene Mouffe es la necesidad de reemplazar la beligerancia por el agonismo, no se trata de aniquilar al enemigo, sino sólo de vencerlo por lo cual la victoria será siempre temporal. Lo interesante de esta concepción es que se distancia de la dialéctica ya que no hay el momento de la superación, la fuerza antagónica puede ser vencida pero no superada; en el campo de confrontación  permanecerá como vencida, pues se la puede vencer pero no anular.

Esta identificación del adversario también depende de un proceso de construcción política, más bien habría que decir que es ella misma la construcción política que con el fin de separar el escenario social en dos campos trae a presencia una serie de significantes privilegiados: régimen, oligarquía, trabajadores, pueblo, nación, o medios concentrados, monopolio, plenitud republicana, calidad institucional,  consenso, diálogo, pluralismo.

En el caso que nos ocupa, Argentina hoy, el proceso de construcción política despunta con el  conflicto llamado “del campo” y se continua con mayor o menor efervescencia y visibilidad  hasta las manifestaciones- movilizaciones de este año 2010: 1 de marzo apoyo al gobierno en la apertura del congreso contra la embestida opositora por el tema del Banco central, el acto de ferro, 678 presentación en sociedad, 678 medios, por la ley de medios a tribunales, marcha de pueblos originarios, fiestas del Bicentenario. Esta sucesión de acontecimientos determina un proceso paulatino de toma de conciencia en que se van forjando los significantes privilegiados, muchos de ellos que se hallaban en estado de letargo, recuperados de otros momentos de construcción política, o  populismo.

Partimos entonces de una heterogeneidad que se va agrupando en uno de los polos en razón de un rasgo común que puede ser solamente una hostilidad a lo “Otro” a lo que se enfrenta. La heterogeneidad no es lo opuesto a la unidad sino su condición necesaria para la constitución del pueblo a través de la formación precisamente de una cadena equivalencial. En esto consiste la operación hegemónica, en la conformación de una totalidad que como es imposible tiene el carácter de un significante vacío, vacante, capaz de recibir un significado flotante. Pero esta operación implica involucrarse en juegos de significación diferentes de la aprehensión conceptual, entra a jugar la dimensión afectiva, una dimensión que es muy cara al populismo. En tanto entendido como sinónimo de lo político, opera en un terreno que no es él de la racionalidad sino el de las pasiones y en razón de ello se produce una inversión por la cual el lazo social, que en sus inicios estaba subordinado a las demandas heterogéneas reacciona sobre ellas y se transforma en su fundamento. Esto equivale a decir que el elemento vinculante, en tanto identidad popular se define más por la dimensión pasional y la equivalencia que por la racionalidad de las demandas.

Hoy la sociedad se ha dividido en dos campos y aunque no es seguro que el campo popular sea el  mayoritario,  sí, es el más intenso y tiene una mayor definición mientras que el campo opositor es tambaleante, oscilante, indefinido, unidad más que precaria porque día a día es cuestionada por sus partes. Parece que dentro de este polo se establece también una cadena de equivalencias por la que las demandas particulares son resignadas en pro de la unificación de todo el espectro opositor muchas veces en detrimento de las propias ideologías.  Suele acontecer en procesos de construcción hegemónica populista, y se ha dado en el presente, la convergencia de posiciones de derecha y de izquierda con un único fin de fortalecimiento asociado a estrategias electorales.

Volviendo a la construcción del campo popular decíamos que este aparece como producto de una operación de equivalencias por la cual demandas democráticas abandonan su particularidad y se convierten en reclamos populares. En nuestro caso esto ha ocurrido porque las demandas estaban no sólo dispersas y confundidas sino también aletargadas. Después de tanto neoliberalismo en toda Latinoamérica y especialmente en Argentina gran parte de de la sociedad no sabía muy bien que era lo que convenía en cuanto a políticas económicas ni cuanto era posible esperar en materia de política social y de derechos humanos y la parte que sabía se había vuelto escéptica cierto orden de cosas se había naturalizado por lo que la población aceptaba lo inaceptable.   Hubo que esperar el despuntar de nuevos populismos en Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia; aquí en Argentina con sendos gobiernos Ka,  para mostrar que lo que había que hacer era todo lo contrario de los agotados neoliberalismos, o sea, desarrollo del mercado interno, independencia del fmi, promoción de la industria, del valor agregado, también derechos humanos, combate de la impunidad, etc. Todas estas cosas que habían sido banderas de los 60  y de los 70, se habían olvidado o mejor dicho se habían desaprendido con tanta prégona del neoliberalismo, o bien, en tanto las coordenadas neoliberales, en razón también de los procesos de globalización,  se habían naturalizado como las únicas opciones posibles,  se habían borrado del espectro de las posibilidades.

Relación líder-pueblo

Y aquí vale discurrir sobre el rol del líder, hincar en esa relación líder- pueblo, ver que parte le toca al primero en la construcción política. Es mucho lo que se ha discurrido acerca de esta relación desde Weber hasta  Laclau. Este destaca una cuestión clave: refiriéndose a la función  del representante dice que esta no es sólo la de  trasmitir la voluntad de los representados sino la de mostrar que esa voluntad sectorial es compatible con la del todo. El que representa no es de ninguna manera un agente pasivo sino que crea algo, crea credibilidad. El líder es el que constituye, crea la voluntad, provee un punto de identificación al representado, y por tanto va a exigir a su vez lealtades emocionales: banderas, himnos. Así la representación se convierte en medio de homogeneización, unificación, creación de una nación.  Aquí es donde me interesa traer otro punto de vista acerca del líder, el de Nietzsche en las Consideraciones Intempestivas hablando del genio músico. Dice  Nietzsche que el genio que en el contexto es lo mismo que líder porque precisamente lo refiere a la relación líder-pueblo es un sintetizador que debe entenderse también en el sentido de simplificador de mundo, es la misma idea de Weber y de Laclau, hay en el líder una capacidad de ir más allá de lo particular hacia lo general la unidad de lo múltiple. Para ello crea un relato, repone mitos, y en esa operación de unificación crea identidad, condensa, unifica voluntades, exige lealtades en eso consiste la relación carismática.

El líder, entonces,  interpreta la voluntad popular. Y crea credibilidad, por ejemplo Cristina convence de que el camino es salir del fmi, reflota la idea de independencia económica, y aquellas otras asociadas de  asegurar la mesa de los argentinos, desarrollar el mercado interno, equidad, terminar con la impunidad. Como contrapartida requiere lealtades emocionales que va ganando a medida que se profundiza el proceso. Ejemplos de ello son: el fervor en los festejos del Bicentenario, movilizaciones de apoyo a medidas que puestas en escena por el gobierno nacional hallaron fuerte eco popular,  los gestos de identificación con el líder (“todas somos yeguas”) La representación se transforma en medio de unificación porque todos se alinean bajo las mismas banderas en contra de los antipatria, los señores del campo y sus actitudes golpistas, destituyentes, los señores de los medios que alimentan el miedo. 

Volvamos ahora al otro lado de la relación: el pueblo. Decíamos que una parte representa a la totalidad. ¿Qué significa esta identificación de la parte con el todo? Una serie de particularidades se han condensado en torno a una identidad popular, un denominador común. En esto consiste la operación hegemónica. No hay hegemonía sin la construcción de una identidad popular. Ocurre muchas veces que la demanda particular que se vuelve común, universal, comienza en ese mismo proceso a significar algo muy distinto de sí misma. Laclau pone el ejemplo del reclamo de “mercado” en cierto momento en Europa del este, significó mucho más que un orden puramente económico, significó libertades civiles, fin del gobierno burocrático, ponerse a la altura de Occidente, etc.  En nuestro caso tenemos ley de medios, retenciones. Pensemos todas las cosas que encierran esas palabras. Vemos hasta que punto las demandas se resignifican con un sentido más amplio que las convierte en reclamos populares adquiriendo dimensión equivalencial. Hoy día guerra mediática, lucha por la ley de medios, deviene, lucha por un modelo nacional y popular. O bien podríamos decir la lucha nacional y popular se enriquece o se especifica, se determina, con la guerra por los medios. La importancia de esta resignificación puede apreciarse en el hecho en que esta amplificación de sentido no es una situación particular de nuestro país sino que se repite a nivel regional por lo cual en Venezuela hace poco se ha acuñado la expresión de “guerrillas mediáticas”  que denuncian la importancia que hoy día tiene la conquista del poder mediático para el cambio revolucionario.

Agreguemos que a través de la resignificación de demandas la identidad popular se vuelve más plena desde un punto de vista extensivo ya que representa cada vez más demandas y más pobre desde el punto de vista intensivo porque debe despojarse de contenidos particulares a fin de abarcar más demandas. Este es el proceso por el cual las demandas pasan  a ser políticas, o sea se despojan de su particularidad y se alinean bajo una misma causa, en el caso, la defensa del modelo nacional y popular y por añadidura ahora sudamericano y ojalá latinoamericanista. Dentro de ellas una demanda parcial la ley de medios se hace extensiva en razón del momento histórico tanto nacional como internacional en que la batalla por los medios se  colocó en el centro de la escena política.

En todo esto se puede apreciar cómo es que la  identidad popular funciona como un significante vacío. En nuestro caso las demandas de equidad, derechos humanos, justicia social, no expresan un contenido positivo sino que condensan todos los antagonismos en una unidad ruptural alrededor de esas demandas. Contiene una universalidad que trasciende sus contenidos particulares reales. Pero el carácter vacío de esos significantes que dan unidad y coherencia al campo popular no es resultado de ningún subdesarrollo ideológico o político,  por el contrario, la vaguedad e imprecisión se inscriben en la naturaleza misma de lo político. Y es precisamente la vaguedad, inestabilidad de las fronteras en que consiste el juego político lo que da nacimiento a un pueblo. Porque construir un pueblo es determinar una frontera siempre inestable que hace posible un movimiento permanente de  reconfiguración de demandas ya existentes e incorporación de nuevas. Esto es lo que hace que todas las luchas sean políticas. A diferencia del socialismo no se distingue entre luchas económicas y políticas. Si lo propio del lazo social es la heterogeneidad siempre nos moveremos en una dimensión política por la cual el pueblo es constantemente reinventado. Y así lo político, el populismo, la constitución de fronteras antagónicas, la construcción de un pueblo, son sinónimos. Es por eso que hoy adquiere vigencia las frases  “todo tiene que ver con todo” y “todo es política”. Por eso hablamos de renacimiento de la política y acaso en una clara inversión de las tesis posmodernistas de “fin de la política” se esté anunciando una generalización de la política.