Y se convertían en tigres...

Escena I

Una  pulpería en que se vende de todo; al fondo, una barra donde se despachan tragos, al costado izquierdo otro mostrador donde atiende un señor cincuentón, y  ahí cerca  su mujer teje en un telar. A la derecha una ventana y una puerta. Ambos son tíos de Sarmiento. (el tío es un español que en las guerras de la Independencia peleó en las filas realistas). Entra un cliente pidiendo soga, otro por un trago. El tío corre de un mostrador a otro.

La tía  - (mirando de a un lado a otro)   ¿Dónde se ha metido este muchacho? Va a ser una hora que se fue quién sabe donde? ¡Domiiiiiingo! (Nadie responde, la tía sigue tejiendo, al rato levanta la vista). ¡Domiiiigo!..... (se levanta y va a mirar por la ventana) No decía yo, esta leyendo, y ni se mueve no sé que  tanto lee este muchacho, todo el santo día, no ha de ser nada bueno si esta tan concentrado en esos libracos,  dirigiéndose al tío José. – Ud tendría que llamarle la atención.

Tío -¿Qué hay de malo en que lea? Peor otros vicios que hoy atacan a la juventud.  

Entra Sarmiento por la puerta de la derecha, tiene unos 18 años.

La tía  - ¿Se puede saber que hacías, aquí hay mucho trabajo, tu tío no da abasto y  todo el tiempo te escabulles, ni te das por enterado?

Sarmiento  – Ya le dije tía tengo que estudiar, tengo mucho que estudiar.

Tía  - Qué, tanto tienes que estudiar si acabas de entrar en vacaciones.

Sarmiento  - Francés estudio, hay que estudiar francés, todos deberíamos.

Tía – (dirigiéndose al tío) ¿Escucha José, qué dice a eso?

José – Está bien, Carmela déjelo que estudie, está en la edad en que debe formarse.

S -    Y después será el inglés, son los idiomas que nos abren las puertas del mundo, idiomas cultos, nada que ver con estas lenguas primitivas. Ojalá todos se dieran cuenta.

 

Escena I

Una  pulpería en que se vende de todo; al fondo, una barra donde se despachan tragos, al costado izquierdo otro mostrador donde atiende un señor cincuentón, y  ahí cerca  su mujer teje en un telar. A la derecha una ventana y una puerta. Ambos son tíos de Sarmiento. (el tío es un español que en las guerras de la Independencia peleó en las filas realistas). Entra un cliente pidiendo soga, otro por un trago. El tío corre de un mostrador a otro.

La tía  - (mirando de a un lado a otro)   ¿Dónde se ha metido este muchacho? Va a ser una hora que se fue quién sabe donde? ¡Domiiiiiingo! (Nadie responde, la tía sigue tejiendo, al rato levanta la vista). ¡Domiiiigo!..... (se levanta y va a mirar por la ventana) No decía yo, esta leyendo, y ni se mueve no sé que  tanto lee este muchacho, todo el santo día, no ha de ser nada bueno si esta tan concentrado en esos libracos,  dirigiéndose al tío José. – Ud tendría que llamarle la atención.

Tío -¿Qué hay de malo en que lea? Peor otros vicios que hoy atacan a la juventud.  

Entra Sarmiento por la puerta de la derecha, tiene unos 18 años.

La tía  - ¿Se puede saber que hacías, aquí hay mucho trabajo, tu tío no da abasto y  todo el tiempo te escabulles, ni te das por enterado?

Sarmiento  – Ya le dije tía tengo que estudiar, tengo mucho que estudiar.

Tía  - Qué, tanto tienes que estudiar si acabas de entrar en vacaciones.

Sarmiento  - Francés estudio, hay que estudiar francés, todos deberíamos.

Tía – (dirigiéndose al tío) ¿Escucha José, qué dice a eso?

José – Está bien, Carmela déjelo que estudie, está en la edad en que debe formarse.

S -    Y después será el inglés, son los idiomas que nos abren las puertas del mundo, idiomas cultos, nada que ver con estas lenguas primitivas. Ojalá todos se dieran cuenta.

José  - Oye, eso sí que no te lo permito, cómo te atreves con la lengua de Cervantes.

S – Bueno, no precisamente la lengua del manco, pero tío, Espaaaña…, España es el medioevo, no puede negarlo. Pero ahora no quiero discutir; sólo me refería a esta jerga de los llanos, salga afuera y escuche; usted se va a espantar de cómo hablan estos gauchos.

Tío – No sé que tanto te preocupan los gauchos y la lengua de los gauchos.

S - Se acerca a la ventana y mira pensativo  - Venga, acérquese y mire,  ¿qué es lo que ve?

Tío - Se acerca y mira. – ¿Y qué voy a ver? el camino.

S  - ¿Y qué más, qué más ve?

Tío -  Por ahí veo al Matus, el perro de don Gregorio, siempre anda rondando por estos pagos…, seguro buscando su hueso, pobre… tan famélico.

S  - ¿Y más allá que ve? Abra los ojos. No me hable del perro.

Tío  - Y…, ¿más allá?... el camino otra vez, laaargo…, hasta el horizonte lo veo. Uy…, y ahora el viento, este Zonda maldito…, (pausa) y la polvareda… Ahora sí que no se ve nada. 

S – ¿Lo ve? ¡la nada..! el desierto, la lejanía… Le néant, le désert, l’ extension, trois paroles (pronuncia mal lenean, le desert, lexetension, troi parole) que me rondan, que me exasperan. Se da cuenta tío estas son las tres patas en que se sostiene nuestro escenario, donde se desarrolla nuestro drama, el de esta tierra condenada.  ¿Esta geografía..? ¡un espanto¡ ¿qué será de nosotros con esta geografía? Por eso hay que estudiar francés, tío ¿usted sabe francés? Si sabe enséñele a la tía porque si no sabemos francés estamos perdidos. (Abandona la ventana y se ocupa de poner un poco de orden en el mostrador)

Tío  - Ay muchacho, de qué me estás hablando, qué tiene que ver el francés y España  en todo esto, estás delirando.

S – Lo que le decía.., España es el medioevo, y aquí está la marca de ese atraso, en ese mismo camino que ud acaba de ver, el que se pierde en el horizonte. ¿Qué nos trajo España? nos trajo nada, y nos dejo siendo desierto. Con este idioma que no sirve para nada, que nada puede nombrar de lo moderno de lo nuevo, un idioma para lo vetusto, para lo primitivo. ¡Lo barbáaaaaaarico! Por eso.. ¡miremos a la France, voilà la France, c’est la verité!  

Tío – ¿De donde has sacado esas ideas? Está bien con la independencia muchacho pero no puedes desconocer el rol de España; no es lo que yo te he enseñado, ya no te conozco.

Sarmiento – Son diferencias entre generaciones, tío, usted tiene que comprender, il faut s’ajourner.

La tía   - (muy alterada) Ya ve José, lo que le decía, este muchacho no anda en nada bueno, de donde habrá sacado esas ideas. Y ¡qué querrá con esas palabras!. Tiene el diablo en el cuerpo, esas son palabras del diablo.(se santigua)

Tío  - No se inquiete Carmela, es sólo un poco de francés, nada peligroso, son cosas de adolescentes, el muchacho está fanatizado con el francés.

(Ruido afuera de caballos, relinchos, espuelas, voces de mando, gritos. Sarmiento se acerca y mira por la ventana, bastante alarmado, hace un intento de escabullirse pero no le da el tiempo. Entran a la pulpería Facundo y otro de los suyos, ocupan una mesa cerca  de la puerta)

Facundo  - (con voz medio cantada) Buenas tardes tengan todos. (Luego dirigiéndose a Sarmiento y con tono algo pendenciero, acaso con voz de mando.)   - Hei mozo, dos ginebras.

(Sarmiento asustado, les sirve de mala gana y desaparece de la escena por el lateral por el que había aparecido.)

Facundo – (Con sarcasmo dirigiéndose al tío) ¿Qué le pasa al mocito? está nervioso y malhumorado, no quiere servir a los paisanos.

Tío – (Solícito y tratando de restar importancia)  Es que anda con algunos problemas,  discúlpelo usted.  

(Los montoneros se quedan conversando entre ellos, voces en segundo plano. Luego se acercan al mostrador, hacen algunas preguntas a don José sobre lugares y distancias, pagan y se retiran)

Tía – (Mirando a un lado y a otro) Otra vez se mandó a mudar el muchacho, seguro que anda con los libracos, es que no le gusta trabajar.  (Llama en voz alta)    ¡Domingoooooo, Domingoooo!

Tío  - Creo que esta  vez se trata de otra cosa, parecía asustado. (Se acerca y asoma al lateral por el que desapareció Sarmiento) Hei ya puedes regresar, ya se han ido. (Regresa Sarmiento que sigue visiblemente perturbado)¿qué pasó?

Sarmiento -  ¿Cómo me preguta? No vio tío quién era el que entró, no vio sus modales, el tono de su voz. Nada menos que Facundo, lo llaman el “tigre de los llanos”. Esas melenas.., esas barbas.., son seres salvajes.

Tío – Yo no he visto nada, y ahora escucha: nosotros debemos atender a todos por igual, vienen de lejos, cansados, vaya a saber cuántos kilómetros, cuántas noches en vela. No se puede faltar al principio de hospitalidad..; no podemos discriminar: este sí, este no. 

Sarmiento – Pero no oyó hablar de ellos, usted que ha estado en las milicias. Todo el mundo sabe: son los montoneros; se cuenta que cuando pelean en los combates se transforman en tigres y arrasan con todo, no queda un alma en pie. Es el estigma de estas regiones: la barbarie amenazando a la civilización.

Tío – Hombre no puedes creer en esas cosas, son puras leyendas, como crees que un hombre se va a convertir en un tigre, es como creer en el lobizón. 

Sarmiento – ¡Hay signos..! la melena rizada las costras de mugre, esas vestimentas,  los ojos saltones, ¿no lo ha visto usted? Son signos de animalidad que se asoman por los poros. A mí me han contado la anécdota del tal Quiroga ¡Dios me libre! pensar que llevo su apellido. Una vez se enfrentó con un tigre en la copa de un árbol, y logró derrotarlo, le parece que sea obra de humanos, diga tío, le parece. Esas cosas no las invento yo; todo el mundo lo comenta.

Tío – Otra leyenda más, pura fantasía.

Sarmiento – Bueno crea usted lo que le venga en gana y déjeme a mí con mis certezas para las cuales tengo suficientes pruebas. 

Tío  - Allá tú con tus certezas pero no dejes de atender a los parroquianos –la tía tiene razón- te has pasado toda la mañana de acá para allá y aquí hay mucho trabajo.

Escena  II

Pasaron 5 años, una velada en la casa de algún personaje poco conocido, todos visten frac, levita y la última moda francesa.  A la izquierda armada una mesa de juego. En ella se encuentra entre otros Facundo Quiroga. A la derecha un corrillo de personas que conversan, entre ellos Sarmiento que acaba de entrar. Se cambian saludos.

Sarmiento - (Mirando a un lado y a otro) Veo que la velada está concurrida. Muchos conocidos, pero ¿quién es ese que está sentado en la punta de la mesa?

Dalmacio Vélez Sarsfield – Adivine.., nada menos que Facundo Quiroga

Sarmiento  - No bromee. ¿Y cómo llegó aquí?

Dalmacio  - Vínculos que se forjan en el juego.

Sarmiento  - Si no me dice jamás lo habría reconocido. 

Dalmacio - Es el Facundo de la ciudad, bastante transformado por cierto.

Sarmiento  - Diría yo, el de la civilización: vestido y ataviado como se debe, frac, levita,  pelo y  barbas emprolijados.

Dalmacio - ¿Tanta importancia le da usted al atuendo?

Sarmiento – Por supuesto, no se trata de banalidades. Los trajes, la vestimenta, expresan las ideas del que las luce. En este caso es la civilización contra la barbarie. Todo el tiempo de nuestras guerras, desde la Independencia, se puede sintetizar en la guerra contra el frac, la guerra contra la moda; todos son símbolos.

Dalmacio - ¿Símbolos…., de qué?

Sarmiento  - Sí señor,  símbolos. El modo como uno se viste lo dice todo. Puede ser: guerra contra Europa, contra la civilización.., es la guerra de Rosas y Quiroga. No sólo aquí, en todas las regiones del mundo, estar contra la moda es quedarse en el atraso.

Dalmacio – No es para tanto, apenas un detalle que cambiará con el tiempo.

Sarmiento – No es detalle, es punto de partida… luego vendrá lo demás, los ríos navegables, los flujos comerciales. Vea un ejemplo, cuando el sultán de Turquía quiso introducir la civilización en su Estado abandonó el turbante y las bombachas para adoptar el frac y la corbata. ¿Quiere más? tengo mil, pero no lo quiero aburrir. Y vea.., aquí nuestros paisanos todavía andan en bombachas.

Dalmacio - No coincido.., creo que los caballeros visten de frac cuando están en la ciudad y asisten a veladas de gala… Pero en campaña, a caballo… en esas largas jornadas sin descanso…, seguro vestirán bombacha, chiripá, poncho.., ropas sueltas, cómodas a las que están acostumbrados. Y  bien vestidos que estarán para la ocasión.

Sarmiento – Sí, y diga harapos, también. Mis ojos lo han visto, vergüenza da, vergüenza ajena. Para eso están los uniformes militares, yo tengo mi uniforme francés con todos sus detalles, el mismo que luzco con orgullo.

Dalmacio – ¿Uniforme francés? No me parece  muy adecuado.

Sarmiento – Usted es como Urquiza que cuando me vio aparecer con mi  atuendo se reía por lo bajo con su tropa, se ve que no entienden de símbolos pero ya van a ver. Es como con los colores. Piense como comenzó lo del rojo: al inicio era una simple divisa, luego  se impuso por la fuerza, todos debían llevarla, y al que no, la policía se la pegaba con brea derretida.  A las bellas muchachitas que salían a pasear sus galas se las incrustaban en el pelo. Así se  los uniformó, se operó sobre las mentes y se logró que todos pensaran lo mismo.

Dalmacio – Usted se va por las ramas, en verdad no puedo seguirlo. Puede que en algunas cosas tenga razón pero rejuntado todo me parece indigerible.

Sarmiento  - Con el tiempo verá que tengo razón.

Dalmacio – Puede ser, ahora venga, póngase cómodo. ¿Quiere formar parte de alguna mesa de juego?

Sarmiento – (Lanzando furtivas miradas al lugar donde se encuentra Quiroga) Hummm…,  no sé.., déjeme pensar. 

(Bajan luces y voces  de la derecha y suben a la izquierda en la mesa de juego en que se halla Quiroga)

Escena III

Jugador 1 - Disculpen señores, tengo que retirarme, tengo una cita con el médico.

Facundo  -No puede ser, ahora viene la revancha.

Jugador 1 – Mil disculpas, pero no puedo postergar.

Facundo  - Doble problema, por una parte nos priva de la revancha, por otra nos deja rengos, al menos consiga un reemplazante.

Jugador 1 – Haré lo posible, seguro alguien querrá sumarse. (Se desplaza hacia la mitad derecha donde hay personas charlando; se dirige a Sarmiento a quien le habla casi al oído)

Sarmiento  - (Echa una mirada para atrás con un gesto de desconfianza, luego como resignado se acerca y saluda tendiendo la mano) Buenas noches señores, Domingo Faustino Sarmiento.

Facundo  - Mucho gusto, Facundo Quiroga, tome asiento.

Sarmiento - No tiene porque presentarse, yo sé quien es Facundo Quiroga y usted sabe quien es Sarmiento, me extraña que diga, mucho gusto como si no me conociera. Usted ha increpado a mi madre y prometido matarme cuando me tuviera a mano. 

Facundo  - (Después de varios gestos de asombro) Jovencito, se equivoca yo a usted no lo conozco y mal podría sin conocerlo amenazarlo de muerte. Además ¿por qué habría de hacerlo?

Sarmiento - Pues porque yo canté algunas verdades acerca de su persona.

Facundo - Si no lo conozco mal pude haber escuchado de su boca cosas buenas o malas sobre mi persona.

Sarmiento -  No de mi boca precisamente.

Facundo  - Pues no suelo escuchar rumores ni fundar odios o rencores sobre palabras que circulan por ahí, terminemos pues y comencemos nuestra partida.

Sarmiento - ¿Así pretende usted liquidar la cuestión de nuestra vieja enemistad?

Facundo - ¡Por Dios! usted no comprende que no lo conozco. Además jovencito, escuche, “yo” elijo a mis enemigos que deben ser mis iguales, y usted no es mi igual. Por el momento tengo sólo uno, el general Lamadrid, el sí es digno de tenerse entre mis enemigos y sólo a él rindo honras.  De usted, no sé nada, desconozco absolutamente cuales sean sus hazañas.

 Sarmiento – Qué extraño usted me ignora, sin embargo, advirtió a mi madre que me la tenía jurada.

Facundo  - Ya ve que no es así pues aquí estamos “encontrados”, como relataba la profecía, y no tengo la menor intención de matarlo. Además, no suelo mandar mensajes a mis enemigos a través de sus madres. Eso no es de un hombre de ley, entre nosotros hay códigos.

Sarmiento  -  ¿Y qué dice de su episodio con el General Lamadrid?

Facundo -  Ah, por ahí andábamos.., usted confunde, usted se le han cruzado las habladurías. No fui yo, sino el General Lamadrid, a quien aprecio en general pero condeno en este acto indigno, quien paseó encadenada a mi madre por la plaza de la ciudad. Porque no quise devolverle con la misma moneda esta injuria, cuando fue mi oportunidad le envíe su familia bien protegida por dos guardias de mis tropas. Me pregunto ¿de donde la confusión?, será acaso por afán de protagonismo que usted se ha colocado en el lugar de la víctima.

Sarmiento  - ¿Qué protagonismo ni protagonismo.., es exactamente lo que yo he escuchado de buenas fuentes?

Facundo – Bueno, no haga caso a sus buenas fuentes que han demostrado no ser tan buenas y siéntese no más que debemos comenzar la partida, todos estamos esperando.

Sarmiento con un gesto de disgusto toma asiento y se apresta a jugar. Facundo baraja. Las palabras son sólo atinentes al juego, poco a poco se van apagando lo mismo que las luces en ese sector.

 Escena IV 

Ha terminado la partida, Facundo ha perdido, algo que le ocurre muy a menudo, sus compañeros lo saben y le ofrecen la revancha que él siempre exige pero esta vez  rehusa,  Sarmiento mira asombrado.

Facundo - Usted ha ganado una vez más Don Asencio y con usted el novato que se estrenó con un triunfo, yo me voy retirando porque se ha hecho tarde en casa me espera Dolores, la pobre siempre esperando. (Sarmiento lo mira muy extrañado)

Sarmiento  - ¿Pero cómo, no quiere la revancha? aquí estamos a su disposición, me han comentado que usted nunca se va sin la revancha.

Facundo -   Ya le decía que usted tiene las fuentes poco confiables.

Don Asencio -  Vaya hombre anímese una vuelta más.

Facundo  - Es que ando medio agotado, el reuma me tiene mal.

Don Asencio  - Ahh, a propósito del reuma quería pasarle una receta que me han recomendado como muy efectiva, yo mismo la probé y me dio buenos resultados.

Facundo  - ¿De qué se trata?

Don Asencio  - Algo sencillo, hay que fabricar un alcohol para masajes con los siguientes ingredientes. A ver.., (busca en sus bolsillos un papel, lo desdobla y lee) : 20 gramos de árnica, 20  de lavanda, 40  de romero,  un litro de alcohol.   Todo eso en un recipiente, se deja macerar 9 días a oscuras y se lo agita cada noche, luego se cuela con una gasa y …..

Levanta la vista y ve que Facundo  escucha distraído o abstraído en otra cosa, la mirada perdida, lleva unas copas de más. Se detiene en su explicación y le pregunta 

Don Asencio  -¿Señor Quiroga me está escuchando?

Facundo  - (Sin convicción) Sí lo escucho, interesante receta, ya la probaré.

Don Asencio  - No le veo buena cara, ¿está usted muy dolorido?

Facundo   - En realidad, sí, pero no es tanto por el reuma, son dolores del alma los que me aquejan.

Don Asencio  - Cuente, que aquí tiene un oído amigo.

Facundo  - Es a causa del Moro, mientras jugaba tuve una visión y ya no pude atender al juego. Lo vi en los llanos como perdido..,  triste. Usted sabe, me lo ha robado López, primero se lo había quedado Lamadrid como botín del vencedor, no sé como fue a parar a las manos de López, pero el sinvergüenza lo niega y lo niega.

Don Asencio  - Y por qué está tan seguro. Yo también he escuchado que López repite e insiste una y otra vez que él no lo tiene.

Facundo  - Tengo indicios y además estas mismas visiones que le digo. El Moro sabe revelarme todos los misterios, basta mirarle los ojos y allí esta toda la verdad.  Recién lo percibí, le vi la tristeza y la furia también…. Por eso no pude seguir jugando.

Don Asencio  - ¿Mirarle a los ojos?

Facundo  - Usted no sabe los mundos que encierran los ojos del Moro, ahora solamente me quedan estas visiones.., todo aparece como en una tarde neblinosa. Antes.., en campaña.., estábamos en diálogo; él me comprendía, yo lo comprendía, un recíproco conocer las angustias y deseos; yo esperaba su guiño  que sabía revelarme quien sería el vencedor. Ahora quién sabrá, quién disipará las dudas, quién ayudará a trazar las estrategias.

Don Asencio  -  Ahora ya está lejos, no piense más en el Moro.

Facundo  -  (Notoriamente alterado) ¿Qué no piense más? Entonces no ha comprendido nada, usted no es una oreja amiga.  (moviendo la cabeza) Yo no tendría que estar aquí con estas vestimentas ridículas encargadas a los sastres de la tilinguería. Tendría que estar en campaña, amanecer en los toldos, a la humedad del rocío, donde todo es himno a la naturaleza salvaje, cerca de mi Moro intercambiando dones de humano y animal, mezclados, confundidos en un relincho de libertad. Usted no sabe todo lo que he perdido, todo el cielo y sus lunas que se han desvanecido. En la ciudad me siento encorsetado y ciego. No hay ojos que jueguen de ventanas por las que pueda descubrirse el sentido de los actos, las estrategias y los engaños que se tejen en las ciudades. ¡Por Dios.., qué tristeza..!

(El tiempo que duró la charla Sarmiento estuvo mirando azorado con un sentimiento entre admiración y condena. Se apaga la luz en ese lado y se enciende a la derecha)

Sarmiento - (Que viene del otro lado se acerca a Dalmacio y le dice) No le decía yo, este hombre esta perdido.

Dalmacio  - ¿A quién se refiere a Facundo Quiroga?

S – Al mismo, ha estado hablando de su caballo como si se tratara de una persona. Que el sólo sabe, que él adivina, que les basta mirarse a los ojos, que duermen juntos al raso.  Hasta dice que se mezclan.  Este hombre está en el umbral de la animalidad.. Y al mismo tiempo no sé, es como si viniera de otro mundo, hay en él algo  demoníaco, algo que cautiva, comienzo a comprender el predicamento que ejerce sobre las masas. Es un ser muy especial.

Dalmacio  - Es verdad,  varias veces se ha estado lamentando por el Moro, algunos dicen que vino a la ciudad a raíz de esa pérdida, por ver si la podía superar, o en todo caso para olvidar. Pero ya ve que no lo logra.

Sarmiento - Cómo será su obsesión con el animal que su adicción principal ha pasado a segundo plano, uno que conoce su fama de jugador empedernido…. Cómo entender  que una vez que perdió no quiso su revancha.

Dalmacio - Todo esto lo tiene bastante deprimido.  

Sarmiento - Lo alarmante es esta atracción atávica por lo animal, por lo salvaje y el desprecio por lo ciudadano. Me preocupa que el destino de una nación pueda caer en estas manos.

Bajan luces de ese lado y suben al fondo donde apenas se ve  la sombra de alguien que canta al rasgueo de una guitarra.

(Estos fragmentos del poema de Borges irán si no hay problemas con los derechos sino algo similar de mi creación que de cuenta de la muerte de Quiroga. Puede ir acompañada de proyección de material fílmico  existente en you tube sobre la muerte de Quiroga)

Junto a los postillones jineteaba un moreno.

Ir en coche a la muerte ¡qué cosa más oronda!

El general Quiroga quiso entrar en la sombra

llevando seis o siete degollados de escolta.

………….

Yo, que he sobrevivido a millares de tardes

y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,

no he de soltar la vida por estos pedregales.

¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?

…………..

Ya muerto, ya de pié, ya inmortal, ya fantasma,

se presentó al infierno que Dios le había marcado,

y a sus órdenes iban, rotas y desangradas,

las ánimas en pena de hombres y de caballos.

Escena V

Pasaron unos cuantos años; la escena es posterior a la etapa de los viajes por Europa y Estados Unidos. Sarmiento frente a un escritorio tratando de escribir. Se lo ve alterado, nervioso,  escribe y rompe la hoja una y otra vez. Se pone de pie enciende una vela. Y adoptando la pose de un brujo que evoca a los espíritus comienza a recitar: "¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo”.

( Se queda unos minutos en espera y luego reanuda la evocación)

"¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo.” (se queda nuevamente en espera y luego muy alterado golpea su puño sobre la mesa del escritorio, se agarra de los pelos y se queda con la mirada fija en la pared; después de un silencio golpean a la puerta, Sarmiento va a abrir es….)

Dalmacio Vélez  Sarsfield  – Hola, como va todo?

Sarmiento  - Aquí me encuentra en plena espera de una revelación.

Dalmacio  - No entiendo, de qué revelación habla?

Sarmiento  - Olvídelo, lo llamaba para hablar de mi libro, en alguna ocasión usted me hizo algunas observaciones que me gustaría recordar juntos.

Dalmacio  - Creo más bien que fue Valentín Alsina que le hizo algunas observaciones, según usted me comentó

Sarmiento  - Sí, me dijo que el libro estaba bien terminado con la muerte de Quiroga, y ¿usted qué piensa?

Dalmacio – Que tiene razón; la parte de Rosas lo hace un poco recargado y hasta por momentos panfletario.

Sarmiento  -¿Panfletario dice? nada que ver, se trata de una denuncia esencial para la lucha contra la demagogia y el autoritarismo, un gran paso en el camino de la libertad.

Dalmacio  - No sé, me dio la impresión que perdía unidad, y con eso, también fuerza, Soy de la idea que hay que apuntar a una meta, una sola, una sola idea y avanzar hacia allí, luego estarán las otras que funcionan como afluentes.

Sarmiento  - Eso es exactamente mi libro, un solo objetivo, ahondar en la causa de nuestro drama nacional y para eso desentrañar la figura del caudillo.

Dalmacio  - No tanto, en su libro aparecen como dos partes y seguro que lo de Rosas no es un afluente sino otro río principal, acaso el de mayor caudal. De ahí que luego caiga en contradicciones; usted amigo tendría que decidirse: hablar de Facundo o hablar de Rosas porque los dos son multitud.

Sarmiento  - Mire que las tenía calladitas sus críticas. Si no le pregunto ahora ni me entero, después de tantos años.  

Dalmacio   - ¿Y por qué no preguntó?  Quizá no quiso saber, quizá prefiere que lo lean en silencio y se guarden los comentarios.

Sarmiento -  Intuyo cierta ironía en sus palabras, acaso cree que yo no soporto las críticas.

Dalmacio  -  Y usted que piensa?

Sarmiento  -  Yo no pienso nada, no tengo tiempo de pensar, soy hombre de acción, yo estoy destinado a las grandes obras, a conducir las grandes empresas. Pero no se preocupe que justamente estoy escribiendo a Alsina para comentarle que voy a eliminar de la nueva edición esa segunda parte que tanto irrita a algunos, y también voy a eliminar la introducción.

Dalmacio  - ¿La introducción…..?

Sarmiento  - Sí la introducción,   ¿por qué?

Dalmacio  - Pues es de lo más logrado de toda la obra, ¿y por qué quiere eliminarla?

Sarmiento  - Por motivos puramente personales que no pienso revelarle.

Dalmacio - (hace un gesto mezcla de asombro y desprecio) Usted sabrá, cada uno con sus cosas. Y ¿cómo le ha ido en sus viajes? imagino que tendrá mucho para contar sobre los sistemas educativos de esos grandes centros.

Sarmiento - Sobre educación nada,  estuve ocupado en cuestiones de orden más general, de desarrollo. ¿Francia? Una decepción, ¿la gente del campo? Mismos harapos que aquí en nuestros pagos, una vergüenza.  Hay que ir a Estados Unidos, no hay otra.

Dalmacio ¿Eso le pareció?

 

Sarmiento - Vaya a ver, no se va a arrepentir, pero primero estudie inglés, hay que estudiar inglés.

 

Dalmacio -  No será para tanto.

 

Sarmiento  - Le aseguro que sí, tanto que estuve a punto de quedarme, me tentaba la vida de farmer, hombre de empresa, al frente de su granja. Vaya a verlos, es otro mundo. Ahora le ruego que me disculpe tengo cosas que hacer. (Se levanta del sillón donde estaba sentado en una actitud de despedir al visitante)

 

Dalmacio - (Extrañado y molesto, sin saber que hacer se levanta también del asiento) Bueno le recuerdo que está usted en su casa y yo he venido a visitarlo porque usted me ha llamado.

 

Sarmiento - (Acompañándolo a la salida, de modo poco cortés, casi empujándolo) Ud. sabrá comprender se trata de una urgencia, una urgencia, comprenda. (Dalmacio hace un gesto de bronca y a Sarmiento no se le mueve ni un pelo, sigue en la suya, cierra la puerta y se dirige al escritorio donde antes evocaba a la sombra de Facundo). Veremos si esta vez lo logro, tengo que lograrlo, no me daré por vencido.  ¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo.”

Escena  VI.

Pasaron varios años, misma situación que al final de la escena V, Sarmiento evocando la sombra de Facundo: Sombra  terrible de Facundo voy a evocarte ….(aparece finalmente la sombra. Sarmiento viste frac, Facundo ropas de gaucho y poncho)

Sombra de Facundo  - ¿Qué es este estruendo, quien me llama?

Sarmiento – Yo…, Sarmiento...

Facundo – ¡Otra vez..! usted es como un tábano, tanto que me he resistido ¿qué quiere de mí?

Sarmiento - Ya le he dicho.., mil veces.., que me explique la historia secreta de estos  pueblos.

Facundo  - Usted, es un cínico, a mí me viene a preguntar. Mire, en todos estos océanos de tiempo, como dice nuestro amigo Drácula, he tenido tiempo de leer –y de paso combatir el aburrimiento-  todas las patrañas que ha escrito sobre mí,  también sobre otros, es bueno aclararlo, incluso después de muertas las personas, lo que en nuestros códigos de hombres de ley no es admisible ya que los muertos no pueden defenderse.

Sarmiento - Pues aquí está usted para hacerlo.

Facundo - ¿Defenderme… yo? mejor explique usted y pida disculpas por las calumnias que ha desparramado. 

Sarmiento – (Terminante) Ya me he disculpado por las imprecisiones que pueda haber cometido en textos escritos muchas veces al fuego de los acontecimientos. Ahora no quiero detenerme en menudencias, necesito zambullirme en la verdad de esta historia o en la historia de esta verdad. 

Facundo  - ¿De qué verdad o historia me está hablando?

Sarmiento – De lo que le he preguntado mil veces; ¿no dice usted que soy como un tábano para sus oídos? Me refiero A la historia secreta de estos pueblos.

Facundo - ¡Otra vez el tábano! Me pregunto, no fue usted quien reveló el secreto, no fue para eso que escribió su Facund,o y luego la siguió con  El Chacho. Qué necesidad tiene de preguntarme a mí. Usted mismo ha dicho que toda su obra no es más que variaciones sobre un mismo tema. En verdad, no creo en su duda, ni en su curiosidad, no creo que el motivo de este encuentro sea el preguntar: creo que usted se trae algo escondido bajo el poncho.

Sarmiento - Poncho no por favor, yo no uso esas ropas. (echa una mirada de desprecio a las ropas de Quiroga)

Facundo  - No, ya lo veo, muy entrajado a la europea.  Pero no olvide el refrán: aunque la mona se vista de seda, mona se queda, mona se queda. Deschávese ¿qué quiere conmigo?

Sarmiento  - Cuide sus expresiones, usted no sabe con quien está hablando, usted se halla frente al  próximo presidente de la nación.

Facundo - Déjese de pavadas, no tengo de qué cuidarme,  no me inquietan los títulos, esas son inquietudes de terrestres; desde aquí, que para usted es el más allá, todo se vuelve relativo, y además, ya veremos que clase de presidente será.  Por el momento la sabiduría está de nuestro lado. Para nosotros todo es visible y audible, el tiempo y el espacio todo entero se rinde a nuestros pies, no hay secretos. Por eso en parte tiene razón en preguntarme a mí, sólo que no creo en su deseo de conocer, usted es demasiado soberbio, usted se cree genio y los genios no preguntan, los genios solamente exponen y quieren ser escuchados y las pocas veces que preguntan es sólo para ver corroborar sus presunciones.

Sarmiento – Se equivoca, yo sí quiero preguntar, sino no habría dedicado tantas horas a evocar su sombra, no crea que me fue grato, fueron largas noches en vela. Sí, quiero saber, quiero que se me devele el misterio de esa atracción que caudillos como usted ejercen sobre las masas. El por qué de esa ciega aceptación, de ese gusto por lo arcaico, de ese solazarse con lo bárbaro. No la comprendo, sólo alcanzo a pensar que es producto de la misma ignorancia en que están inmersos que no les permite ver otra opción.

Facundo - No ve, lo que yo decía, usted hace la pregunta y ya de contrabando trae enredada la respuesta, usted no pregunta nada, más bien sentencia, claro que por prudencia a veces las enmascara. Todo este ritual armado para la ocasión, esa es  máscara, pero…. se derrite a la luz del día y ahí entonces usted se vuelve transparente. 

Sarmiento  - Insisto que yo no tengo la respuesta,  si no, no preguntaría.

Facundo  - ¿Cómo que no? Acaba de afirmarlo, usted cree que se debe a la ignorancia, y hay más ya tiene trazado todo el mapa de la cuestión: unas cinco o seis dicotomías satélites dependiendo de una dicotomía mayor.

Sarmiento  - De que dicotomías me está hablando?

Facundo  - De las tan remanidas, las que forman pares de oposición el frac con el chiripá, el idioma inglés con el criollo, la democracia con el caudillismo, el refinamiento contra la barbarie, el europeo contra el indio. Los que al fin  iban a desembocar en la peor de sus sentencias: “no economizar sangre de indios que  es buena para abonar la tierra”.

Sarmiento – ¿Sentencias…?

Facundo  - O si prefiere zonceras, bajo el régimen de la madre de todas ellas.

Sarmiento  - ¿Zonceras? Usted me ofende.

Facundo  - No soy yo el de la idea, sólo me estaba acordando (se ríe) de esa ocurrencia de un paisano del palo que….

Sarmiento - Qué paisano, ni qué palo, explíquese por favor.

Facundo - Usted no lo conoce ni podrá conocerlo hasta que pase a formar parte de nuestra  sociedad. Es un privilegio que tenemos los ultraterrestres de poder ver el tiempo y el espacio todo entero, hacia el pasado como hacia el futuro, somos un poco como dioses, salvando las distancias, claro; no vaya a creer que nos queremos igualar (divertido) Era gracioso el paisano, decía que la madre de todas las zonceras era su famosa “civilización o barbarie”.  (se ríe con ganas)

Sarmiento - (Enervado)  Llamarlas zonceras, ¡qué ignorancia! Son ideas que concentran la historia de estos pueblos. Pero no se vaya por las ramas, mi pregunta es otra: el por qué de esa adhesión al caudillo, esa obediencia ciega. Sin duda los que lo siguen tienen miedo a la libertad, no son “individuos”, apenas entidades colectivas  que se mueven como masa.

Facundo –No diga pavadas la cosa es bien sencilla.  Vea la diferencia, usted en sus confesiones dice que ya desde los 17 años no le fue difícil escoger entre las opciones: el partido de los viejos retrógrados y gauchos ignorantes, o el de los que abogaban por la libertad y…

Sarmiento -  (Interrumpiendo)  Es verdad, y desde entonces yo que por familia era federal me hice unitario de toda convicción y para siempre.

Facundo  - Pero déjeme terminar, Por una vez al menos, escuche. En mi caso, por el contrario, comencé siendo unitario, ¿y sabe cuando me hice federal? 

Sarmiento  -  Qué se yo, diga usted.

Facundo - Cuando me dí cuenta que el pueblo era federal. ¡Eeesa! es la esencia del caudillo que usted cree tan escondida y quiere descubrir como si se tratara del elixir de la vida eterna. ¡Tan simple! Es el que interpreta, el que se mira en el pueblo como en un espejo que le devuelve como imagen una misión. De ahí ni un paso más para que los pueblos lo sigan. Entonces,  no es el pueblo, hombre, el que sigue al caudillo, sino éste el que lo escucha, se pone a tono y actúa en consecuencia.

Sarmiento  - Usted lo explica como si se tratara de algo racional, nada más equivocado; la realidad de estas tierras es el atraso, el desorden, la ignorancia. 

Facundo - Y dale con la ignorancia, ¿no ve que ya tiene todas las respuestas?  Usted  es un caso de……

Sarmiento – (interrumpiendo) Y es más, esa atracción bordea lo irracional, lo peor es que opera a la vez como causa y efecto del atraso. Posterga, vaya a saber hasta cuando, las democracias modernas.

Facundo  - Sabe que no le creo, por toda su trayectoria que  lo generoso del tiempo de estas regiones me ha permitido conocer, usted no añora ninguna democracia, usted quedaría más que satisfecho si se lograra implantar un caudillismo de frac y levita. Pero hay un punto en que acaso tenga razón,  en eso que  insinúa de una atracción que bordea lo irracional. (se queda pensativo un buen rato, y luego…) Hagamos  una prueba, (se le acerca) míreme fijo, sostenga la mirada, no se mueva.

Sarmiento  - (Se acerca, le clava la mirada, permanece así unos cuantos minutos, hasta que comienza a marearse y tambalearse. Bajan las luces del lado de Facundo y queda Sarmiento solo caído en el suelo)     

Escena VII   

 Sarmiento -  Se levanta del suelo entre asustado y enojado. ¿Dónde estoy, qué pasó? Alguna fuerza sobrenatural…? (silencio) (agarrándose la cabeza) La barbarie, me ha atacado la barbarie. ¡Satanás vade retro! (pausa) Ah…  ahora recuerdo, Facundo, Facundo Quiroga.., yo decía que tenía algo demoníaco, seguro me hizo mal de ojos.

(Se ilumina otro lado de la escena, aparece un ciego, personaje que varias veces ha pasado por escena como una sombra)

Sarmiento  ¿Qué es esa sombra ?  Un ciego, no me gustan los ciegos, tienen algo oscuro, algo de bárbaro.  ¿A qué viene esta aparición (dirigiéndose a la sombra) ¡Hei..! ¿Quién es usted, qué busca?

Ciego  - Usted no me conoce, no puede conocerme.

Sarmiento - No, no lo conozco pero creo que he oído hablar de usted, ¿no es Edipo rey?

Ciego  - No, no soy Edipo rey, se equivocó de ciego, pero no pretenda adivinar, no puede haber oído hablar de mí porque yo vengo después de usted. En la línea del tiempo en que el destino nos ha colocado, yo pertenezco a su futuro, y usted no puede saber de su futuro.

Sarmiento  - ¿Y qué,  usted pretende saberlo?

Ciego - Para nada. Yo vine porque sentí que usted estaba en apuros, para ayudarlo, por ver si conversando le puedo dar una pista para aclararse.

Sarmiento - ¿Qué me va a adivinar el futuro?  

Ciego – No, apenas su presente, aunque en estas charlas de ultra vida los tiempos estén un poco confundidos.

Sarmiento  - Y cómo pretende ayudarme, si no me conoce, y encima es ciego.

Ciego  - Sí lo conozco, mucho lo he leído pese a que no escribe en inglés, porque a mí me gusta el inglés, así como a usted lo atrae lo norteamericano. Y lo de ciego.., ya que hablamos de Edipo, ¿se acuerda que le decían sabio? Yo no pretendo que me digan sabio, me conformo  con ironista, que muchos me han dicho, y es, tal cual,  una especie de sabio.  El ciego es el que ve más allá de las imágenes trilladas que disfrutan los videntes, ve desde otro ángulo, con otros ojos, en verdad, con otra cosa que no son ojos.

Sarmiento -Bueno córtela, vayamos al grano, explíqueme como pretende esclarecerme.

Ciego -   No se apure, vayamos de a poco.  Tenía razón recién cuando dijo que nosotros teníamos algo de oscuro porque precisamente de ese lado oscuro puede provenir cierto saber, como de lo bárbaro. Rebobinemos. Usted andaba en busca de un secreto por eso desde hace años viene convocando a su Facundo,  y, convengamos que estaba bien encaminado

Sarmiento  - Basta de vueltas, termínela, por favor,  si es tan sabio revéleme el secreto que tanto busco, sino cállese para siempre y déjeme continuar a mi modo.

Ciego  - Le decía lo de bien encaminado porque…. (con tono sentencioso)  Los bárbaros son los que pueden descifrar todas las escrituras, incluso la de Dios. Pero de todos modos usted no está del todo negado al saber, se ve que algo sabe, sólo que no sabe qué hacer con su saber, no sabe sacarle jugo, ahora mismo acaba de perder una oportunidad. Y para eso vine..., para ayudarlo a darse cuenta, seré su Sócrates.

Sarmiento - ¿Mi Sócrates? Usted delira…, ¿quién se cree qué es?

Ciego  - Aflójese…, sólo escuche, atrévase  a escuchar. Acérquese a la ventana y observe.

Sarmiento  - ¿Y qué voy a ver? la calle la casa de enfrente, la de don Leonidas.

Ciego – No hombre, escuche, respire hondo 10, 20 veces, abandónese a su imaginación.

Sarmiento  - (Se acerca de mala gana y mira por la ventana) Bueno, aquí estoy, diga no más.

Ciego – Una respiración honda y regular, la cabeza como un péndulo, izquierda, derecha, izquierda, derecha, 1 y 2, 1 y 2. Relax, relax (Lo muestra; Sarmiento obedece y como que se va adormeciendo)

Ciego – Le contaré dos historias la primera hundida en el fondo de los tiempos, la otra,  nos es más cercana. Cuenta la leyenda que un guerrero lombardo, venido de oscuras zonas de selvas y pantanos, en el asedio a Ravena abandonó a los suyos y murió defendiendo la ciudad que antes había atacado. Los raveneses le agradecieron con  un epitafio en que expresaban admiración por ese hombre que combinaba la atrocidad de la barbarie y una sorprendente bondad y allí quedó enterrada la pregunta de por qué renegó de lo propio para abrazar lo ajeno.

Sarmiento – (nuevamente nervioso y vivaz, como despertando) ¡Clarísimo..! se encontró con la ciudad, la organización, las calles, el orden, no hay ningún misterio, cualquier ser razonable haría la misma elección.

Ciego – Pero escuche esta otra historia, similar y con destino inverso; me la contó mi abuela inglesa que burlona comentaba su suerte de mujer desterrada en estos pagos remotos. Me contó de una india de trenzas doradas que todos los domingos merodeaba la plaza con paso decidido y energía varonil. Una vez se cruzaron y mi abuela, ya bastante intrigada aprovechó para preguntar. La india de ojos celestes con olor a tierra adentro, balbuceó en inglés apenas reconocible mezclado de mapuche y pampa,  que era de Yorkshire, que, muertos sus padres en un malón, la habían llevado los indios y ahora era mujer de un capitanejo muy valiente al que dio dos hijos. Detrás del relato y la tosquedad del idioma se adivinaba una vida salvaje entre toldos, caballos, festines, magia y aguardiente. Mi abuela entre indignada y compasiva le prometió rescate pero la india le respondió que era feliz y esa misma noche regresó  al desierto.

Sarmiento  - Esta sí que no la entiendo ¡esto es lo que me quema la cabeza…!

Ciego  - Sin embargo no es tan difícil, pese a tanto espacio y tiempo que  media entre estos destinos que a primera vista parecen antagónicos hay que  hincar en lo profundo. A los dos los tocó un impulso secreto, más allá de la razón, y los dos lo acataron sin poder explicarlo. Acaso a los ojos de Dios que todo lo ve al mismo tiempo ambas historias no son más que el anverso y el reverso de una misma y única historia.

Sarmiento – ¿Pero en el de la inglesa de qué destino me habla, del de quedarse con los pies en el barro, en los umbrales de la animalidad?

Ciego – No sé…, acaso el de la mezcla; el de estar abierto a la fecundación de lo otro. Yo mismo muchas veces me he sentido atraído por ese extraño destino. (A modo de recitativo, tono borgiano) Yo.., que me debatí como Fausto ante el árbol de la ciencia o de la vida, yo.., que desde la biblioteca de mi padre miraba por la ventana las esquinas donde guapos cruzaban brillo de cuchillos. Yo.., hombre de libros y sentencias que a ratos anhelé ser hombre de lanzas y caballos. Yo.., que, conjetural, prometí falsamente que optaría por un destino sudamericano. Ahora, desde la eternidad, vida fantasmal en que se confunden promesas y lamentos, retorno a la nostalgia de lo que no fue, el hombre de la acción y del cuchillo y caigo vencido por esa atracción atávica de los arrabales y las pampas.

Sarmiento  - (Desdeñoso) No le entiendo, (Con tono firme casi de milico) por favor explíquese.

Ciego  - Es que no se concentra, vaya a saber en que está pensando,  usted no se entrega a ese torrente que arrastra sabiduría. Recuerde cuando se cayó desmayado, ¿qué estaba haciendo? Alguna visión debió perturbarlo. Tiene que regresar a ese momento, indagar dentro suyo ¿qué sintió?.   Acaso se trató de un juego de espejos; trate de recordar. Acaso necesite de otros ojos más allá de la conciencia.  Acaso sintió como yo la seducción de la barbarie.

 -  Sarmiento  - Lo escucha pensativo, casi en éxtasis, luego sale apurado de esa habitación y  vuelve a la otra en que se halla el altar donde antes invocaba a Facundo y recomienza el ritual)  -  Ahí está, imagen horrenda, ahora la veo nítida, ahora escucho su rugir, (se oyen rugidos) el tigre de los llanos, ferocidad indomable, oh sombra, oh, sombra, sombra   "¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta …… (corrigiéndose) Para que sacudiéndote el polvo te levantes a explicarnos las causas ocultas de estas convulsiones que nos desgarran.  (Se queda unos minutos en silencio con la cabeza baja). …….   No señor, no voy a evocarte, príncipe de los demonios, vade retro, no me claves tu mirada maléfica, que no me engaño, que antes me tumbaste con los vapores emanados de los efluvios de tu mente, vete y no regreses que lo tuyo no es sabiduría sino cosa de brujos y demonios, oscuridad de la razón, atavismo, resistencia a ……(Lleno de ira destruye todo el altar que le servía para sus rituales de evocación. Luego se deja caer en el sillón y se queda sentado cabizbajo unos minutos al cabo de los cuales levanta lentamente la mirada. Toma una carta del escritorio y la lee en voz alta y pausada. Es la carta de Mitre (reproducir)  ofreciéndole la presidencia de la Nación. La dobla la guarda en el bolsillo y se acerca al espejo donde arregla el cuello de su levita. Y sale por el lateral. No me vencerá la barbarie.

Lentamente se va apagando la voz y las luces de ese sector para iluminar apenas hombre con guitarra que canta Vuelvo al sur, luego se superpone orquesta de Piazzola y canto.                         

Vuelvo al Sur,

Como se vuelve siempre al amor.

Vuelvo a vos,

Con mi deseo, con mi temor.

 

Llevo el Sur,

Como un destino del corazón.

Soy del Sur,

Como los aires del bandoneón.

 

Sueño el Sur,

Inmensa luna, cielo al revés.

Busco el Sur,

El tiempo abierto y su después.

 

Quiero al Sur,

Su buena gente, su dignidad.

Siento el Sur,

Como tu cuerpo en la intimidad.

 

Te quiero Sur,

Sur, te quiero.

 

Vuelvo al Sur,

Como se vuelve siempre al amor.

Vuelvo a vos,

Con mi deseo, con mi temor.

 

Quiero al Sur,

Su buena gente, su dignidad,

Siento el Sur,

Como tu cuerpo en la intimidad.

 

Vuelvo al Sur,

Llevo el Sur,

Te quiero Sur,

Te quiero Sur...